Vinilo peleón
Hablamos tanto de libertades digitales o de derechos y abusos de unos y otros, que se nos olvida cada vez más de qué manera nos la han metido hasta el fondo con los formatos de audio. El crujiente vinilo que uno compraba con sus ahorros tras cuidadosa selección dio paso primero al CD original, pequeño, caro, frágil y artificial; más tarde llegó la “bicoca” de las tostadoras, que nos llevó a acumular grandes cantidades de sucedáneos del sucedáneo; y por fin llegó el MP3, gracias al cual tenemos toneladas de “discos” que no escuchamos, hacinados en un disco duro que como se caiga al suelo puede mandar en una fracción de segundo toda nuestra “colección” a hacer compañía a López Vázquez. En su día, la irrupción del CD vino acompañada de dos trolas cuya validez dimos la mayoría por supuesto para no parecer puristas o snobs. A saber: sonaba mejor y, además, la supresión de todo ruido de fondo era la panacea. Hoy, quien tenga alguno de sus discos favoritos en vinilo (bien conservado), en cinta, en CD y en MP3, aparte de poder hacer recuento de lo que se ha gastado en nada, como lo haría un fumador, puede comprobar de una sentada cómo de la hoguera hemos pasado a la barra de hielo, y de ahí al cubito de la nevera y a la pelotilla de granizo, a la espera de un nuevo formato que haya que mirar directamente con microscopio. En cierto modo es tontería gastar saliva debatiendo si es o no pecado que rule libremente una versión tan miserable del trabajo de un autor, aunque las circunstancias, para alegría de unos e irritación de otros, la hayan convertido en gratuita. Si a la industria le suda la polla siempre todo, ¿con qué ojos la va a mirar la gente? Juan Abarca © humorenlared.com |
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