Butaca de Gallinero: Desgracias
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No lo entiendo, nunca lo he entendido y, después de revisar las críticas y la taquilla de Lo imposible empiezo a tener claro que no lo entenderé jamás. No entiendo que al público le fascinen tanto las desgracias ajenas y le alucine sobremanera pasarse dos horas viendo a unos individuos desesperados pasándolo mal. Puedo llegar a comprender el morbo de ver a un grupo de adolescentes masacrados por el psicópata de guardia, pero, como ya apuntaba en mi columna Superación, en EL KARMA 133, no le cojo el punto a las películas de catástrofes. Entiendo que este género nació con un doble propósito: justificar grandes presupuestos en el apartado de efectos especiales y provocar un efecto moralizante (el corrupto la diña en El coloso en llamas, el héroe da su vida por su churri en Titanic) en el espectador. Amén de servir de último refugio a estrellas en horas bajas (Astaire en El Coloso…, Schell en Deep Impact…). Sin embargo no me parece sano que millones de espectadores de todo el mundo encuentren apetecible pasar una tarde de sábado en una sala a oscuras, viendo cómo unos señores, tras evitar in extremis morir ahogados, se pasan toda la película angustiados pensando en si su familia sigue viva, está flotando panza arriba o yace enterrada bajo toneladas de lodo. Imagino que estar en el paro o a punto de ser desahuciado se hace más llevadero después de ver eso. Si no, no me lo explico. |
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