julio 24, 2014

Debajo de la palmera: Jordi, lo estás haciendo muy bien

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El   Grupo   Vasco en el  Senado, cabemos en un taxi, estuvimos el  pasado mes de julio en Barcelona visitando el Parlamento y la Generalitat. Terminamos el día en el Born que es la evidencia de las  barbaridades  que en 1714 hicieron los seguidores de Felipe V cuando conquistaron Barcelona y construyeron un Arsenal y una Ciudadela y como necesitaban espacio libre ante ellos se cargaron mil  casas. EI 5% de aquella ciudad que había estado sitiada.

En el parlamento, además de saludar a su presidenta y regalarle una Argizaiola (no sabemos dónde  la habrá puesto) vimos  las dependencias de aquel Palacio Real convertido por Companys y Maciá en Parlamento. Tras esta visita nos fuimos a  la Plaza San Jaume donde está, frente al ayuntamiento, el Palau de  la  Generalitat.
Allí el Conseller de presidencia, Quico Homs, y hombre fuerte del  gobierno de Mas nos enseñó varias dependencias, entre ellas el  gran salón que  tiene un balcón  que da a la plaza y desde el  cual Maciá proclamó la República catalana en 1931 y Tarradellas dijo aquella frase de «Ja soc aquí”.
Sus pinturas son de  la época  y en ellas se  ve  al   turco  vencido  y a los indios conquistados por los españoles, dato que no le pasó desapercibido a Rigoberta Menchú tras escuchar uno de esos discursos de circunstancia y políticamente correctos hablando de  la  igualdad.
Homs nos ofreció una frugal  comida y en los postres apareció el presidente Artur Mas con el que departimos una hora sobre la situación catalana y la cerrazón española.

Pero no  quiero  hablar hoy de política en esta página sino de una de las vivencias más chuscas  que he  vivido  en mi  vida.
A diferencia de los catalanes  que  tuvieron a Tarradellas negociando con Suárez su vuelta del  exilio  y su presidencia de  Ia Generalitat que no era más que la Diputación de Barcelona, nosotros mantuvimos en el  exilio  al Lehendakari Leizaola que había sustituido a José Antonio de Aguirre cuando éste había fallecido en París en 1960. Era pues un símbolo  y la representación de  aquella legitimidad conculcada por las  armas en  1936.
Tras  la aprobación del Estatuto de Gernika por referéndum el 25 de octubre de 1979 consideramos que era el momento de decirle al Lehendakari que volviera y así lo hizo en un avión de Aviaco y con una recepción multitudinaria en San Mamés. Al día siguiente entregó las llaves de la Delegación de París al entonces presidente del Consejo General Vasco, Carlos Garaikoetxea y el PNV le puso un coche para que el viejo político se desplazara, visitara cada rincón de una Euzkadi que le habían hurtado por espacio de cuarenta años. Y el Lehendakari, aficionado a la historia, a la geografía y a la poesía disfrutó esos últimos años como un niño con zapatos nuevos.
Para desplazarse  le encargamos a un afiliado de Eibar de nombre Iñaki que le cuidara como a un niño y estuviera pendiente de él. Era Iñaki un gigantón, campechano, directo y sin tener la menor noción de protocolo. Un buen tipo  que caía muy bien.

El  caso es  que el Lehendakari decidió visitar al  entonces president de  la Generalitat Jordi Pujol y allí  acudimos con él, Joseba Elosegui, que era senador, y yo mismo. Y llegamos al Palau y nos metieron por la gran puerta  que da a la plaza con todos los Mossos d’Esquadra formados  y en posición de saludo.
Lo curioso del caso es  que el  chofer, sin ser invitado por nadie, se sumó a la comitiva y subió con nosotros al despacho del Honorable Pujol y sin cortarse un pelo se sentó y estuvo en toda la charla que tuvimos con el presidente.
Era uno más. Al salir se acercó a Pujol  y le dijo:  «Jordi, lo estás haciendo muy bien y sigue así». Seguramente Pujol pensó que  aquel gigantón era poco menos el presidente del Euzkadi Buru Ba-tzar y le agradeció las palabras. Seguramente si hubiera sabido   quien era, con lo puntillosos que son los catalanes para el protocolo, lo  hubiera encerrado en la mazmorra palaciega.

¿No me digan  que esto no  es propio de una película tipo Ocho Apellidos Vascos?. Y es  que nuestra  igualdad o nuestro extraño concepto de la igualdad y campechanía da para eso y para mucho  más.
Ese día les conté la anécdota vivida y posteriormente les envié la fotografía donde aparecíamos  todos y, en primer lugar, nuestro  buen Iñaki siguiendo atentamente  lo  que decía Pujol. Y es que los vascos somos así.

Iñaki Anasagasti © humorenlared.com

 

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