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El 24 de agosto de 1944 la cosa no pintaba bien para París. La ciudad de la luz, ocupada por la Alemania nazi, estaba a punto de ser tomada por los aliados. El general Von Choltitz (Neils Arestrup) recibe la orden de Hitler de volar los puentes y edificios emblemáticos de la ciudad para que cuando la ciudad caiga el ejército de liberación solo encuentre ruinas y escombros. Algo así como rajar el balón de reglamento que le robaste a tu vecino antes de devolvérselo, persuadido por las amenazas de su primo, practicante de thai boxing. Como todo el mundo sabe, SPOILER ALERT, París no fue destruida. Superman II hubiese quedado muy deslucida sin Torre Eiffel. El culpable (de la salvación de París, no de Superman II), según la película de Volker Schlöndorff (ganador del Oscar por El tambor de Hojalata, también con nazis), es el cónsul sueco Raoul Nording (André Dussollier).
El diplomático, que piensa montar una tienda de tarjetas postales parisinas y no quiere que los alemanes le chafen el negocio, convence al oficial de que deponga su actitud, desoiga las órdenes del Führer y deje París intacta, que está muy bonita en primavera. El film de Schlöndorff brilla por su guión y sus interpretaciones, pero peca de excesivamente sobria. Un espectador, lo suficientemente embrutecido por culpa de tanta entrega de Trasnformers, acaba echando de menos que vuelen un puente. Aunque sea uno pequeño y poco importante. Algo simbólico, aunque sea, para animar el claustrofóbico ambiente del despacho de Choltitz.
Horacio Sandoval © humorenlared.com |
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