Pocas cosas hay en esta vida comparables a la experiencia de adoptar un animal. Si bien es cierto que en ocasiones hay que estar hecho de una pasta un poco especial para afrontar estoicos las dificultades, la recompensa es justa y generosa. Así ha sido mi experiencia de adoptar un galgo. Estas criaturas, de apariencia frágil y misteriosa, esconden en sus entrañas los secretos de un pasado implacable que tiene como verdugo a la versión más despreciable del ser humano. Y, aún así, la fortaleza que demuestran estos velocistas innatos es cuando menos admirable.

Asimismo, su asombrosa resiliencia sorprendería en consulta al más experimentado psicólogo. Por suerte, compartir la vida con uno de estos seres tan peculiares está al alcance de muchos de nosotros. Prueba de ello es que cada vez hay más personas valientes que se lanzan a vivir esta aventura. Porque, como dijo Antoine de Saint-Exupéry, «Sólo lo desconocido nos asusta. En cuanto nos enfrentamos a ello, deja de ser desconocido. Sobre todo si lo observamos con seriedad y perspicacia». Quisiera dedicarle estas líneas a todas las personas que se atrevieron y se atreverán. Yo desde luego repetiría.

Sheila Blázquez © humorenlared.com