diciembre 20, 2015

Hotel y Domicilio: Mr. Holmes

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En 1947, Sherlock Holmes ya no es lo que era. Poco amigo de los viajes organizados del Imserso y de las partidas de tute cabrón en la casa del jubilado local, el otrora famoso detective vive con su ama de llaves y el hijo de esta. El que registrara la marca escarlata e inscribiera en el circuito de canódromos al perro de los Baskerville, ahora farfulla y masculla que los jóvenes de ahora esto y lo otro, y que con Gladstone se vivía mejor. Tiene los 90 cumplidos y su memoria flaquea. Watson ya no vive, así que no puede llamar inútil a nadie, y poco a poco se consume en su retiro de Sussex, dándole vueltas a sus recuerdos, a su misoginia, a sus farras de cocaína y los after de Whitechappel. Porque cualquier tiempo fue mejor cuando uno era joven. Un caso no resuelto, hace 30 años, le remueve especialmente. Pero para eso paga impuestos, para que otros resuelvan los enigmas, que él no está para tonterías. Que le llamen a ese tal Alan Turing, si es tan listo.
A partir de esta premisa, el director Bill Condon construye una trama crepuscular de héroes fuera de lugar, que se consumen en sus recuerdos y, si bien ellos quieren, poder, lo que es poder, no pueden gran cosa. Condon intenta resarcirse de los crímenes contra la humanidad cometidos con la saga Crepúsculo y recupera al Ian McKellen de su gloriosa Dioses y Monstruos. Porque la redención acaba llegando. Que se lo digan a Holmes.

Horacio Sandoval © humorenlared.com

 

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