Con motivo del 80 aniversario del primer gobierno vasco comenzamos a ver películas y documentales de aquella época que nos cuentan lo que pasó. Cuarenta años de la muerte de Franco y lo audiovisual comienza a hacer acto de presencia. ¡Ya era hora!
Temas hay a decenas. Uno de ellos, a espera de productor, podría ser la historia de El Alsina, un barco de 12 mil toneladas, con pasajeros civiles a bordo, el último en zarpar de Marsella, un 15 de enero de 1941, exactamente del espigón No. 7 del muelle, en plena guerra mundial.
En la lista de pasajeros está incluido Constantino Salinas, nacido un 12 de diciembre de 1896, presidente que fue de la Diputación de Navarra, y sus hijas gemelas Julia y la que no se nombra, Josefina, nacida una en junio y la otra en agosto de 1915. Errores burocráticos.
Junto a ellos la lista que sigue, y que es muy amplia, es notable. La encabeza Niceto Alcalá Zamora, primer Presidente de la segunda República Española, con su hija Pura; la familia Arechavaleta en pleno, él llegaría a ser en Caracas Delegado del Gobierno Vasco, y morirían ambos en el terremoto de 1967; la familia Anuncita; el matrimonio Olivares, él conocido en Literatura vasca como Tellagorri; la familia Pitaluga; el matrimonio Monzón, el Consejero de Gobernación del primer Gobierno Vasco, escritor y cofundador de Herri Batasuna; la familia Basterretxea, el Diputado por el PNV en Madrid, y padre del escultor Néstor; la familia Madariaga, ella, hermana del primer Lehendakari vasco, José Antonio Agirre, y el matrimonio Amezaga, el conocido escritor y traductor Vicente Amezaga, padre de Arantzazu, la escritora.
No fue un crucero de placer. Desalojados de una Europa sometida a la bota del nazismo alemán, tienen estas gentes, como última oportunidad de salvación, este barco. Los pasajeros pueden observarse en tres grupos marcadamente diferenciados: los vascos, los españoles y los judíos, que llegaron advirtiendo del horror de los campos de exterminio.
Este contingente de personas convive en el espacio mínimo del barco durante varios meses. Como diría Alcalá Zamora: el problema no está sólo en vivir sino en convivir. Lo lograron pese a los muchos inconvenientes que soportaron. El barco recaló en la bahía de Dakar, donde hubo que retirar la red de barreras antisubmarinas pues allí estaba agazapada la flota del almirante Darlan. Entre los barcos se encontraba el famoso acorazado Richelieu. Dos días antes, los ingleses habían atacado el puerto. Y luego lo harían, eliminando la amenaza de que cayera en manos alemanas.
Detenidos varios meses, soportaron una huelga de la tripulación lo que supuso falta de alimentos. No había dinero, sino lo que la Cruz Roja lograba hacerles llegar, junto a las cartas de los familiares. Vendieron su ropa para poder obtener alguna ganancia. Inglaterra les negó el Navy Cert por el Atlántico, ya que al ser el barco de bandera francesa, no tenían asegurada su lealtad, por el asunto de Vichy.
Los pasajeros sin nacionalidad, sin papeles pues llevaban pasaporte de una República que no existía, sin soporte económico, reos de poder ser devueltos a la España franquista, finalmente fueron llevados a dos campos de concentración, Sidi-el-Ayashy y Kasha Tadla, muy rigurosos, al pie de las montañas Atlas. Por goteo y con ayuda monetaria recibida de México y de los centros vascos de la Argentina, abandonaron los campos y se establecieron en Casablanca, donde por fin, desde México, Indalecio Prieto envía un barco de bandera portuguesa el Quanza, pudiendo embarcar en el mismo un 31 de octubre de 1941.
Para estos europeos y un hombre de Alsasua como Salinas, el calor de 45° de Dakar y el desierto africano, fue duro de aguantar. Tenían miedo al destino sufrido por el presidente de la Generalitat de Catalunya, Companys, entregado por los alemanes a Franco y fusilado sin misericordia. Y por primera vez se enfrentaban todos ellos a la inmensidad, variedad e inclemencia, y también generosidad, de un mundo desconocido.
En el Alsina se dio, a más de las penosas condiciones apenas descritas, un milagro. En sus cubiertas, bajo las estrellas y en la más completa indefensión, los vascos organizaron un coro de cien voces, entre los que pudo estar Salinas, lo que dio pie a que preguntado Alcalá Zamora de qué cosa hacían los vascos, contestara: “Lo de siempre, cantar”. La canción más repetida y que terminaron entonando todos, hasta los niños senegaleses que traían fruta de contrabando a los costados del varado Alsina, era Ator, Ator, Mutil Etxera.
Hubo misas en las cubiertas, amistosos debates políticos encabezados por Alcalá Zamora, dueño de un verbo excelente, y se forjó una inquebrantable unión en el grupo que, incluso, alcanzó a la segunda generación, un guión cinematográfico de primera.
La singladura de El Alsina habla de aquellos hombres y mujeres de excelente condición que aunque llevaban el fracaso de su sueño sobre las espaldas, no rebajaron su ánimo ni su voluntad. Que cantaron, rezaron y resistieron. Que transmitieron a los hijos el valor de la esperanza, de la amistad y el horror del enfrentamiento bélico. Labraron en muchos espíritus la comprensión del valor de la paz, mucho más con su ejemplo, que lo que jamás podremos aprender en los más razonados discursos ni en los más apretados manifiestos. Que a Salinas se le negara su retrato en la Diputación que presidió, es como arrancarle las alas a la paloma que representa el símbolo de la paz, que es el de la convivencia entre todos, seamos del signo que seamos.
Iñaki Anasagasti © humorenlared.com
|