noviembre 8, 2018

Debajo de la Palmera: Galíndez

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Lo primero que uno siente con la lectura del libro de Manuel Vázquez Montalbán Galíndez, (Ed. Seix Barral, 1990) es la precariedad de la vida. Lo poco que ésta significa para los poderes establecidos. Todo puede esfumarse en cuestión de segundos. Al final, sólo sobreviven palabras y recuerdos. Y eso puede ocurrir tanto en una dictadura sanguinaria, en el pasado o en el presente, como en un país avanzado, con formas jurídicas decantadas y largo ejercicio de la democracia. Porque en el fondo, de lo que se trata es de las turbias formas del poder. De un ciclo que no concluye. Que se repite como una pesadilla para dejar en pie sólo testimonios truncados. Vázquez Montalbán, catalán, probablemente el autor en su día más leído de España, asumió con Galíndez su proyecto más ambicioso: escribir una novela en varios tiempos en torno a la desaparición de Jesús de Galíndez, representante del gobierno vasco en el exilio en Republica Dominicana y Nueva York, a punto de doctorarse en la Universidad de Columbia con un trabajo sobre Rafael Leónidas Trujillo, dictador caribeño que se hacía llamar el Benemérito de la Patria Nueva.

A partir del 12 de marzo de 1956, fecha en que Galíndez es secuestrado por un comando trujillista, con ayuda de policías venales de la ciudad, en pleno centro de New York, se inicia no sólo el calvario de un hombre sino también la más sorprendente historia de la manipulación política y policial de un caso. Galíndez, quien estuvo exiliado en Santo Domingo, al igual que otros vascos y republicanos, después de la Guerra Civil, acumuló numerosos datos sobre el régimen. Luego se fue a los Estados Unidos requerido por Aguirre, el lehendakari del gobierno vasco en el exilio. Allí escribió su tesis de grado, La Era de Trujillo, una radiografía del régimen, que desató la ira del dictador. Al extremo de planificar el secuestro del autor y su posterior eliminación física, después de espantosas torturas.

El caso Galíndez marca el ocaso de Trujillo y genera una ola de asesinatos de los implicados – con el fin de borrar huellas – que culmina con la muerte del propio déspota. Vázquez Montalbán reconstruye el proceso, y lo actualiza a partir de la investigación que con fines académicos realiza una norteamericana, Muriel, quien llega a vivir intensamente el drama del exiliado alavés y a reconstruir la trama. La fascinación que sobre ella ejerce el personaje es producto de la lucha interior que éste libra entre la claridad y las tinieblas, ya que Galíndez fue de los hombres que pensaron que sirviendo a los organismos de Inteligencia norteamericanos, se lograría la caída de Franco y la libertad del pueblo vasco. Era, afirma, un justo pero no al modo como Camus quiso codificarlos. Galíndez no era el periodista árabe Khashoggi, no había internet ni redes, pero su desaparición inició la caída del dictador.

Décadas después los servicios de Seguridad de USA, que quieren borrar de cuajo el caso, aplican a Muriel el mismo procedimiento: ella es secuestrada en Miami y trasladada a Santo Domingo, donde es asesinada. El ciclo implacable del terrorismo de Estado se cumplía una vez más.

Sólo lamento que Amurrio, donde siempre quiso ser enterrado, no lo recuerde cada año con criterios de reconocimiento y divulgación. Un personaje así requiere otro trato. En Mar del Plata, Argentina, el mayor paseo costanero de la ciudad lleva su nombre, que no ha podido ser quitado de allí ni por las dictaduras militares, pero por estos lares, Galíndez sigue sin ser una referencia a pesar de haber sido considerado en su día, el primer desaparecido por obra de una dictadura. No estaría nada mal que su nombre se repita como un grito contra la barbarie.

Iñaki Anasagasti © humorenlared.com

 

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