La década comienza sin sobresaltos. Novedosas mutaciones víricas en la gran fábrica global asiática y fenómenos atmosféricos extremos con su riada de destrozos. Nada entonces que se desmarque del esquema informativo que asigna un tercio a la categoría de desgracias, otro a los deportes y el tercero para el resto. Un esquema que se ameniza humanizando el desgraciado capítulo inicial, dotando a las borrascas embravecidas por el cambio climático de variados y femeninos nombres personales. Convertidas así las nubes en personajes reconocibles, sus devastaciones quedan en inocentes travesuras pasajeras.

Sin mirar al cielo, la ciudadanía de la metrópoli opta por agachar sus cabezas ante sus minúsculas pantallas y gastar su tiempo rebotando imágenes y sonidos sin ton ni son. Lastrada hasta para ver por dónde pisa, informaciones como la de que mantener el movimiento y accesibilidad del ingente monto de archivos devora ya un 7% del suministro eléctrico mundial, devienen en mayor ruido viral. El signo de la época parece pues ser este: practicar el nihilismo de ignorar conscientemente el coste de vivir en las nubes, mareando la nube, mientras las nubes claman.

Jtxo Estebaranz©humorenlared.com