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Reconozco que, todavía a veces, seducido por las luces de colores del circo, algún festivo bajo desde los Barrios Altos hacia Panem. El nombre, recogido del de la República postapocalíptica totalitaria donde transcurren los Juegos del Hambre de la trilogía de Suzanne Collins, con el que llamo desde hace tiempo al centro de mi ciudad. Un lugar perfectamente acotado en el que los perros se atan con longanizas, o así se deduce de los relatos diarios del (t)eleberri.
El espectáculo, por esperado, no deja de impactarme. De un lado, los escasos nativos de Panem, que lucen atuendos y bronceados con la clase que se les supone. Por otro, la copiosa servidumbre racializada distrayendo el día libre, sentada en los muchos bancos de las anchas calles que en Panem poseen distinguidos nombres en desuso como “alamedas” y que entroncan con el castellano antiguo de las chicas de servicio traídas de las colonias. Habitual encontrarse por su Gran Vía alguna manifestación de variada temática plebeya, protagonizada por habitantes de los Barrios Altos o de poblaciones de más allá de la periferia. Me embosco de nuevo en las colinas. ¿Ciencia Ficción?: Bienvenidos a Panem.
Jtxo Estebaranz © elkarma.eus
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