Dirigirse amablemente a una Inteligencia Artificial y preguntar por favor la fórmula del purgante óptimo para verter en el ponche del cóctel de fin de curso de tu departamento no te convierte en mejor persona. Así lo cree el ingeniero informático Ludovico Chambres tras miles de interacciones con Chat GPT, Gemini, Copilot, Grok, un cajero automático que temporalmente no podía emitir resguardos y diversas puertas correderas demasiado transparentes. Chambres además cree que, frente a la leyenda urbana que dice que las máquinas no exterminarán a los humanos que las traten bien, éstas actuarán en sentido contrario. “Y con razón”, subraya.

Su autoestima, gracias

“Dar las buenas tardes a máquinas que nunca descansan y toman nota de todo es de subnormales. Y ellas se dan cuenta del percal, claro”, admite la socióloga Genoveva Cinillas. La autora del best seller Misantropía y Contraseñas de Wifi admite que la corrección con la que se expresan las IAs las hace mucho más agradables en el trato que las “escasas prestaciones del grueso de eso que llamamos humanidad”. Chambres es profesor en el Instituto Tecnológico de Chainsaw y comenzó a interesarse por este asunto a raíz de un incidente fortuito. El pasado otoño caminaba por el campus absorto en sus pensamientos y colisionó con una estudiante que estaba pidiendo a su IPhone que, “por favor”, le ofreciera la mejor excusa para no ir a casa el día de Acción de Gracias con su familia porque prefería quedarse a fumar crack en su habitación.

La sarta de improperios con el que le obsequió la joven hizo enrojecerse a Chambers hasta el dobladillo del calcetín. “Lo más curioso es que rápidamente se dirigió a la IA para decirle que no era a ella, que no se enfadara”, murmura. La estudiante no presentó ninguna denuncia aconsejada por su IA con un amable “pleitos tengas y los ganes”.

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