La colocación postescolar de descendientes en segunda generación, conocidos como nietos, está causando incomodidad entre los abuelos y abuelas. Desde mediados de junio han crecido un 25% la longitud de las colas de jubilados ante las agencias de viajes. Las forman quienes han quemado ya la carta de viajes del IMSERSO y están dispuestos a pagar con tal de no hacerse cargo de una tropa de pequeños energúmenos desagradecidos. La Confederación de Joviales Nonagenarios (COJON) ha emitido una circular en la que anima a sus afiliados a pedir descuentos especiales a los turoperadores alegando objeción de conciencia. El Ministerio de Derechos Sociales, Consumo y Agenda 2030 ha advertido de la ilegalidad de tales descuentos y ha animado a los abuelos a adquirir pistolas de dardos tranquilizantes.

Sangre de mi sangre

Ante la creciente alarma social, el ministro Pablo Bustinduy ha insistido en que las pistolas que fomenta pueden utilizarse contra un niño o contra uno mismo si la cosa es insoportable. “Lo que hay que descartar de plano es echar en la merienda del angelito la medicación que le han recetado a uno”, subraya. Todavía durante el mes de junio y la primera quincena de julio existen servicios paliativos como las colonias urbanas. No es difícil encontrarse a grupos de niños y niñas de corta edad siempre vigiladas por una pareja de monitores. Aunque no llevan capa o tricornio ni pueden aplicar la ‘ley de fugas’ son muy conscientes del ganado que manejan.

“El otro día escuché a una cría de cuatro años que en agosto iba a traer a este txikipark a su amama a ver si le daba un infarto que sus aitas necesitaban el piso”, susurra Iker Ketari, nombre ficticio de un monitor de tiempo libre. Él no puede objetar pero ya ha pedido cita para una vasectomía.

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