La amenaza de nuevas restricciones a causa de la tercera ola de coronavirus, que podría paralizar de nuevo los rodajes y cerrar los cines de manera indefinida, ha llevado a la Academia de las Artes y las Ciencias Cinematográficas, junto a entes como la Federación de Entidades de Empresarios de Cine o la Unión de Actores, a poner sus ojos en el porno, en general, y en las webcams, en particular, para salvar el negocio.

Blow job de Antonioni

La industria del cine estatal, con unas pérdidas en 2020 de 446 millones de euros con respecto al año anterior, pretende paliar la crisis habilitando una red de plataformas de internet en las que actores y actrices interpretarán, solos en sus habitaciones, delante de la cámara web, fragmentos de películas o diálogos de teatro a demanda de los usuarios, que pagarán propinas y escribirán comentarios en tiempo real. “Al principio se hace un poco duro leer todo el tiempo “¡vamos, enséñame ese Stanislavski!” o “me estoy sacudiendo la suspensión de incredulidad ahora mismo” mientras actúas, pero supongo que es adaptarse o morir”, expresa Josemari Linmonrrou, actor y camarero en el bar de un bingo, que se ha prestado a participar en la prueba piloto. Las salas de webcams estarán divididas en categorías. “A quienes les gusta el rollo Mature tienen webcamers que te hacen Ibsen o si son más del tema Submission disponen de monólogos de Criadas y señoras, por ejemplo…”, informa Linmonrrow, quien asegura que hay líneas rojas que él no cruza “como cuando los fans del gore te piden que hagas performances de Accionismo Vienés o que declames algo de Adam Sandler”.

Las productoras de cine han insistido en que, en principio, la medida sería provisional, durante el tiempo que dure la pandemia, “a menos que la cosa vaya muy, muy bien y nos ahorremos una pasta en técnicos, equipo de rodaje y distribución, así que será cuestión de hacer números”.

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