octubre 11, 2021

Gora Euskadi: Giro inesperado

El ciudadano de a pie, cándido y confiado de los parabienes que la vida le reserva, camina demasiado a menudo con una venda en los ojos que le impide ver lo que la verdad esconde. Un paño de exceso de confianza que le hace creer a la persona, en su ingenuidad, que habita un mundo mucho más apacible y seguro de lo que en realidad es. Un trapo de ignorancia que le hace vivir en ese placentero lugar donde todo es lo que parece. Y ahí es donde entra la prensa, más reflexiva que las frívolas radio y televisión (no hablemos ya de los confidenciales de internet) para desprender la venda del individuo, bien con un mero zarandeo de hombros, bien con un bofetón epifánico. Todo metafórico, por supuesto. A priori. Y en esa sagrada tarea emancipadora andaba el diario EL CORREO cuando el pasado viernes 17 de septiembre dedicaba toda una página a la información que titulaba “Cuando las drogas están en el botiquín de casa”. El texto tenía como misión alertar al lector de que nuestros adolescentes, seres aviesos y ladinos, no limitan sus tropelías y despropósitos a los incivilizados botellones o al consumo desmedido de drogas ilegales. Esos cachorros desagradecidos también aprovechan para esquilmar el botiquín familiar con frenesí dionisiaco en busca de ansiolíticos y otro tipo de substancias farmacéuticas para evadirse de la realidad. Afortunadamente ahí esta el diario de Vocento para revelar, en un anti intuitivo giro de los acontecimientos, que las dogas legales son drogas.


Padres, tíos, abuelos y, en resumen, tutores legales, puede que aún vean a sus vástagos como esas criaturas inocentes incapaces de desentrañar los misterios de los tapones de seguridad a prueba de niños. Cuánto puede cegarnos el amor. Y es que los adolescentes son seres inconcientes que, como reza el texto, “buscan la evasión de la realidad” y consumen alcohol “con el único objetivo de embriagarse”. No como sus mayores, que toman (un 5% más desde 2020) Trankimazin, Lexatin, Tranxilium, Valium, Orfidal, Loramet, Noctamid, Stilnox, Dalparan o cualquier otra marca comercial de ansiolíticos desde la serenidad que otorgan los años. Pero así son los jóvenes. Siempre tratando de rebasar los límites del hedonismo, como si no vivieran ya una vida plena que les conduce por la senda del crecimiento personal hacia la promesa de un futuro alentador. Como si no les bastase con el Cymbalta y el Ritalín, más propios de su edad, y quisieran jugar a ser mayores antes de tiempo.

De aquellas micebrinas aquestos lodos.

Héctor Sánchez © elkarma.eus

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