Preciosismo pop no es sinónimo de formalismo estético extremo y aburrimiento sonoro (o “demasiadas notas”, que le decían al joven Mozart). The Good Company lanza su tercer álbum, de guitarras delicadas y líneas armónicas impecables. Un trabajo que no desmerece a sus dos discos anteriores. La banda, que hiciera su puesta de largo en 2009, con amplia experiencia en festivales y bolos varios, se inspira en las experiencias campestres de Thoreau junto al lago Walden. Como el agrimensor, el grupo se deja llevar con arrebato por la exuberancia del paisaje, convertido en notas y acordes. Colaboran León Benavente y Hola a Todo el Mundo.

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Claire Elise Boucher, más conocida como Grimes, es la típica chica rara de Vancouver a la que no le duelen prendas, en contra de lo que viene siendo la corriente del hipsterismo, a la hora de reconocer su amor por Beyoncé o George Michael. Sin embargo ha sabido ir más allá, trascenderse a sí misma, y componer un pop arty y raruno que funciona como un tiro. Si bien sus anteriores trabajos no terminaban de alcanzar lo sublime, su último disco se queda muy cerca de la perfección, tanto melódica, como estructural, por no hablar de que, una vez que se escucha, se queda una sensación tipo «no sé que narices acabo de oír, pero quiero ponerlo otra vez». Obligatorio.

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Cuánto hubiera ganado Eurovisión si Cola Jet Set hubieran acudido a la edición de 2008 en vez de Rodolfo Chikilicuatre. Pero es lo que pasa cuando los titanes luchan entre si. Herederos de Los Fresones Rebeldes, orgullosos portaestandartes del ñoñi-pop noventero, comparten cantante con La Monja Enana. Porque todo queda en casa. Su nuevo trabajo mantiene la frescura de los anteriores, a pesar de los cambios en la formación después del lanzamiento de Guitarras y tambores. Pop a raudales, sonidos brillantes, sesenterismo y optimismo adolescente de ese que hace que dejemos de pensar en que el planeta estaría mejor desintegrado por un meteorito gigantesco.

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