Se atribuye al filósofo Aristóteles la sentencia “el hombre es dueño de sus silencios y esclavo de sus palabras”. Con 61 caracteres, al estagirita le hubieran sobrado 89 para colgarla en la red vía Twitter y que todo el mundo pudiera opinar sobre ella. Supongo que hubiera sido defendido por su prudencia, ridiculizado por apologista de la autocensura o atacado por sexista al no incluir a las mujeres en su redacción.

La libertad de expresión tiene consecuencias. Permite que otras personas, en función de lo que digas-escribas-cantes-dibujes-publiques-difundas, reaccionen de maneras diversas. Puede que crean que deberías esforzarte más. Puede que se diviertan. Puede que no les haga gracia. Puede que piensen que deberías estar en la cárcel y sin conexión a Internet.

Cuestión de criterio. Cuestión de Poder. Ni más ni menos.

Julio Albitre Polo, director de EL KARMA.

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Metallica continúa reconstituyendo la fe de los fans descarriados, esos que les acusaban de hacerse comerciales y que volvían a ver la luz con Death Magnetic. Su nuevo álbum no es perfecto. Es demasiado largo y no puede mantener el nivel a lo largo de casi una hora y media de disco doble. Sin embargo, la banda de Ulrich, Hetfield y Hammett (venga, Trujillo, que también te queremos), que ya no es, asumámoslo, la del Kill ‘Em All o el Master of Puppets, se adapta a la nueva idiosincrasia (una vez más) con poderío. Como los grandes.

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