Nunca los estereotipos mejicanos habían sido tan divertidos y habían contribuido a desquiciar los reflejos de coordinación de un jugador. En esta segunda parte, que continúa con el concepto de plataformas metroidianas, el luchador Juan está casado con Lupita, la hija de El Presidente. Parece que reina la paz en el Mexiverso. Pero llegan nubarrones de tormenta. En una línea temporal paralela el malvado Salvador hace de las suyas y toca ponerle freno. Aunque Juan esté fondón.

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¿Quién no ha deseado alguna vez dedicar su carrera profesional a la construcción y entrenamiento de mechs gigantes para ponerlos a competir en arenas de todo el mundo hasta que los costes fijos de mantenimiento y reparación no compensen el dinero ganado en los torneos y haya que bajar la persiana del negocio? Este juego nos permite cumplir ese sueño de la infancia (salvo lo de la quiebra técnica) y luchar por todo el mundo. De manera subrogada, claro. Menudas se las gastan los mechs.

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Como toda franquicia que se precie, llega un momento en que el protagonista debe buscar sus orígenes, encontrarse con personajes conocidos y volver a donde todo empezó. No estamos ante un reboot pero el caso es que Rico Rodríguez tiene que volver a la Sudamérica de la primera entrega a desfacer los tejemanejes de Black Hand, el grupo de mercenarios que viene haciéndoselas pasar canutas. El conflicto paterno filial no cambiará gran cosa. Mundo abierto, cable retráctil y mucho por destruir.

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