Este juego viene a ser a los juegos de sigilo en 3D lo que Mark of the Ninja fue para los de 2D de scroll lateral. Manejamos a un ninja con poderes sobrenaturales que puede teletransportarse entre sombras, apiolando enemigos sin ser detectado y recopilando pergaminos, para pasar al siguiente nivel. Entonces se repite el ciclo, con flashbacks, y atormentados diálogos para aligerar la carnicería. Por una vez, las sombras ejercen el rol positivo frente a la cruel luz. Que se lo digan a los albinos.

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Polémica servida. Para algunos se trata de un vergonzante mod de Far Cry 5 que repite localizaciones, ahora con más roña. Para otros, somos testigos de un retruécano genial que continúa el desasosegante final de la entrega anterior. Trampantojo o no, el juego nos sitúa después de la hecatombe nuclear anunciada por la incomprendida secta a la que nos habíamos dedicado a acribillar. Esta vez el panorama es más postapocalíptico y, obviamente, está lleno de matones con estética postpunk.

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Una de las secuelas más esperadas de los últimos años. Más que nada porque, con lo sobrios y fatalistas que son los desarrolladores rusos, lo mismo el final del juego anterior en el que Artyom muere era el canónico. No ha sido así. Nuestro protagonista, tras los acontecimientos de Metro: Last Light, en calidad de esposo y padre responsable, decide montarse en el tren Aurora y recorrer la estepa en busca de nuevos asentamientos. Acción y sigilo en primera persona con entorno semiabierto. Khorosho!

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