Tres discos. Cuatro donostiarras. Cinco años de espera. Ese sería el resumen ultrabreve tipo haiku de una banda que se ha hecho de rogar para que podamos escuchar su nuevo trabajo. Un lustro desde Mugarri, que ha merecido la pena. Los siete cortes del álbum entran sin sentir. Las guitarras atmosféricas y el bajo distorsionado se enredan con una cadencia que a ratos recuerda a la nueva psicodélia tan de moda en las antípodas. Bazen garaia.

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Que tus padrinos musicales sean Daft Punk no es poca cosa. Pero, como decía Freud, el día menos pensado matas al padre, te emancipas, dejas atrás los sintetizadores más descarnados y salvajes, y abrazas el funky y el soft rock. Sin renunciar del todo a la electrónica, claro, que cada uno sabe cuáles son sus puntos fuertes. Disco soberbio de unos australianos afincados en Alemania. No faltan ni las flautas traveseras ni los raperos berlineses. Flipándolo.

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Se puede ser amigo, o no, de los recopilatorios, pero cuando el artífice de semejante antología es Joe Crepúsculo, el reverso siniestro (el que mola) de Joel Iriarte, que ha sacado diez discos (contando este) en sólo una década, es de agradecer. Atrás ha quedado Tarántula. No se puede decir lo mismo de su primer hit en solitario, Suena brillante, que sigue cerrando las bacanales sónicas de esta fuerza de la naturaleza. Que siga la fábrica de baile.

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