Este es un disco para osados. Da igual si son fans irredentos de la formación o pasaban por allí, pero deben, por encima de todo, exhibir un coraje sin par. Porque enfrentarse a dos horas de temas hilarantes, de un humor, a ratos grueso, a ratos ácido, a ratos escatológico, a ratos histriónico, todo aderezado con guitarras rabiosas, no es empresa fácil para corazones poco entrenados en el noble arte de partirse el eje. Además, estamos ante un directo. O sea, mierda de la buena. Sin cortar. Lo mejor de toda una trayectoria. Manéjese con cuidado.

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Otra banda que hace un reboot, después de un cuarto de siglo dando el callo, y llama a su nuevo disco (obviamente no es un debut, por si alguien no lo había cogido) como la propia formación. Con el shoegaze por bandera, perdieron fuelle tras su primer disco, comidos por sonidos emergentes, que les relegaron a ese segundo plano en el que solo los grandes saben estar y aguantar el tirón. Tras su reciente reivindicación y (prácticamente) refundación, vuelven a la carga con la cosa que se alarga: una carrera incontestable. Y un nuevo disco soberbio.

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Calderón decía que la vida era sueño y Leslie Feist se ha propuesto hacer de esa premisa el motor creativo de su obra. Vamos, que su música es lo más parecido a soñar despierto, solo que sin despertarse luego con la boca pastosa. Pero al mismo tiempo que continúa explorando el onirismo que la caracteriza, la canadiense regresa a la escena con un disco más crudo que los anteriores, sin singles buenrollistas y hasta con un sample de Mastodon, y que sigue coqueteando con el country, el blues, el gospel y el dream pop. Sueña, que algo queda.

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