La música no necesita de estridencias para exorcizar fantasmas, gritar contra las injusticias de la vida o hacer público un duelo interno. Es lo que hacen Enrique y Roberto Cubero, cuando tratan de hacer más soportable el fallecimiento de Olga, la mujer del primero. Como ya hiciera Sufjan Stevens, confeccionan un disco hermoso, delicado, grabado en directo, sin instrumentos eléctricos, con un violín, un contrabajo y una mandolina. Los pelos como escarpias.

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Kanye West, más que rapero o productor, tal vez pueda ser considerado un punk. Uno con dinero, por supuesto, con mansión y oros como para llenar la cueva de Smaug, pero al que no le falta actitud y ganas de tocar las narices al establishment con declaraciones incendiarias y dudosas amistades. Su último trabajo, un disco corto de solo 23 minutos, sin llegar a ser un acto de contrición, muestra a un Kanye más humilde, menos endiosado, casi, casi humano.

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De casta le viene al galgo. Procedente de una conocida saga de músicos y participante del proyecto Skakeitan, se atreve con un primer disco en solitario armada con su guitarra y un background envidiable. Doce cortes que recorren territorios que abundan en su faceta de cantautora, con coqueteos más rockeros y, que no falte, un rap. Pertrechada con letras propias y una producción muy cuidada, se rodea de bertsolaris a mayor gloria del Indie pop euskaldun.

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