El grupo lleva 24 años con nosotros y ya son como de la familia. Como ese primo gracioso que anima la comida de Año Nuevo con anécdotas entrañables que estomagan y reconfortan al mismo tiempo. Ese tío al que quieres con locura aunque sea un pesado y no aguantes más de una hora a su lado. Weezer es todo eso y más. Su nuevo álbum, que recoge con elegancia la tradición del punk surfero, no aporta nada nuevo a su trayectoria. Es correcto, divertido, fácil de escuchar e incluye delicias como Thank God for Girls. No pasará a la historia como su homónimo de los Beatles, pero mientras tanto disfrutemos de esta adicción pasajera.

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El cantautor canadiense, estrella del Primavera de este año, consigue que nos dé igual si la sangre que corría por nuestras venas antes de comenzar a escuchar The Party se vuelve almíbar. Pero un almíbar agridulce. La voz del de Regina, Saskatchewan, nos sume en una melancolía subrogada. Una empatía poco habitual por los invitados de esa fiesta que, a lo largo de diez canciones, se desnudan ante nuestros oídos. Melodías delicadas, banda sonora de historias entrelazadas, que nos retrotraen a fiestas y dramas personales de los que hemos sido testigos. Un disco precioso en cualquier aspecto imaginable.

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Después de Pop Negro, Pablo Díaz-Reixa “El Guincho” podía haberse retirado a un monasterio en lo alto de una montaña inexpugnable para siempre y aún así sería recordado como un grande de la música. Pero el canario de la cazadora vaquera de borreguito es un culo inquieto. Tras una promoción y presentación novedosa, su nuevo trabajo continúa coqueteando con el tropicalismo y la electrónica. Sus flirteos iniciales con el autotune pueden echar para atrás a puristas y almas dogmáticas, que podrían ver concesiones a lo más manido del pop latino de la radio fórmula o arrimadas a tendencias más subversivas como las de Pxxr Gvng. Pero la pericia y astucia de El Guincho y sus letras entre el surrealismo y el cripticismo salvan el día. Con nota.

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