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Vidas Modélicas 113 (05-09-2025)

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Mary Anning (Lyme Regis 1799 – Íbid. 1847) fue una paleontóloga, gerente de tienda de souvenirs y gourmet aficionada británica que profesionalizó la labor de alentar el ego de millonarios coleccionistas de cosas inútiles para que no cayeran en la cuenta de que no estaban en edad de tener las estanterías de casa llenas de bobadas sin valor. Nace en el seno de una familia pobre de cristianos congregacionistas disidentes, de los que comulgan con la hostia de canto. El hecho de que nueve de sus hermanos fallezcan en la infancia, incluida la primera Mary, que muere quemada viva al intentar mirar los números del contador de la caldera del gas del cobertizo alumbrándose con un mechero, y que a la tierna edad de 15 meses un rayo fulmine a las tres mujeres que la llevan en brazos en un paseo por el campo, provoca que se pase la infancia con miedo a leer el horóscopo.

Exhumaciones y memoria histórica

El progenitor, ebanista, se hace acompañar de sus dos hijos supervivientes para recolectar huesos que encuentra en la llamada Costa Jurásica de Dorset con la intención de darle un poco de sustancia al caldo que prepara la madre. El sabor repugnante de la sopa conduce a la familia a dedicarse a vender los fósiles y que sean otros idiotas pobres los que intenten encontrar un sustituto barato al starlux. En 1812, Mary encuentra el esqueleto completo de un animal extinto, al que, aficionada a las novelas góticas románticas, pretende llamar brontesaurio. Pero al darse cuenta de que la autora de Cumbres borrascosas aún no ha nacido, se conforma con bautizarlo como ictiosaurio. En 1818 contacta con ella Thomas Birch, acaudalado coleccionista de vello púbico y fósiles, quien tras una larga negociación acaba conformándose con que la joven le suministre muestras de lo segundo. Encontrar en 1823 el primer esqueleto completo de un plesiosaurio y en 1828 el primero de pterosaurio fuera de Alemania, la anima a tratar de ingresar en la Geological Society of London. Sin embargo, por pura negligencia, descubre tarde que en los estatutos de la sociedad científica se especifica que todos sus miembros deben de contar con pene y, a ser posible, bolsa escrotal, aunque no se llega a precisar longitud ni grosor. En 1833 casi fenece por culpa de un deslizamiento de tierras, que sí mata a su perro Trey, al que ya le habían advertido otras mascotas del pueblo sobre los antecedentes de mal fario de su dueña.

Fallece a los 47 años cuando un cáncer de mama la conduce a la extinción, de manera discreta, sin la aparatosidad de tener que involucrar a un meteorito de 15 kilómetros de diámetro y dos billones de toneladas de peso.

© elkarma.eus

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