Ancianos: la experiencia es un grado farenheit
Dinamismo y lozanía. Eso es lo que se pide al protagonista de un cómic, da igual que se trate de un superhéroe capaz de convertir el acero en vichichoise o de una antiheroína con más problemas personales que Ángel Cristo en una reunión de tuppersex. Los ancianos quedan relegados al papel de secundarios. Sabios unas veces, crueles y retrógrados otras. Pocos viejos alcanzan la gloria en sus papeles de reparto, como la abuela Rose de Bone (Smith), muy aguerrida en el club de jubilados pero sus aventuras en solitario transcurren siendo ella una adolescente, el malvado Cho San de Pesadillas (Otomo) o el Maestro Tortuga de Dragon Ball (Toriyama), maniaco sexual obsesionado con las bragas de puntillas. Imserso forever Paco Roca ha sacado la honra a los ancianos, convirtiendo en protagonista absoluto (más o menos) de Arrugas a Emilio, un enfermo de Alzheimer que va perdiendo recuerdos por el camino. Pero tampoco todo son achaques y demencia. Hay dos ejemplos que sacan a la palestra el elder power. Curiosamente los dos de Frank Miller, gerontófilo (platónico, se entiende) a la altura de Borja Cobeaga. Uno es el Batman entrado en años de El Regreso del Señor de la Noche, que compagina sesiones de tute en el bar de abajo con el reparto de mamporros a discreción a un Joker que no termina de amoldarse a las estrictas normas de Arkham Geriatric. El otro ejemplo es el Hartigan de Sin City: Ese Bastardo Amarillo, policía afectado de angina de pecho que no duda en vaciar cargadores en engendros de color gualda. Los años dan experiencia y mucha mala leche acumulada. Bingen Castresana © humorenlared.com |