El Final Perdido: Marcelino pan y vino
Cuando el director austro-húngaro Ladislao Vajda se encuentra escribiendo el guión de su película Marcelino Pan y Vino, a partir de la novela de José María Sánchez Silva, cae en la cuenta de que la historia era muy poco comercial. El cine religioso hace furor en la España de los años 50, pero la competencia es feroz. Por eso decide darle un giro al argumento original, dejar aflorar su libertad creativa e introducir elementos de cosecha propia. Para empezar, el bebé Marcelino sería entregado en adopción a los monjes franciscanos del film por un siniestro personaje, ataviado con una túnica negra, un crucifijo invertido y una estrella de cinco puntas tatuada en la nalga izquierda. El resto de la trama transcurriría de forma similar al libro original hasta llegar a la escena en que Marcelino sube al desván para encontrar la talla del Cristo crucificado. Marcelino no le presta demasiada atención, pero sí se fija en una estatua del demonio asirio Pazuzu, llevada al monasterio por unos misioneros destinados en Medio Oriente. Ante la sorpresa del niño huérfano, la estatua toma vida y, fumándose un cigarro de liar, le dice a Marcelino que tiene cara de aparvado. A partir de ese momento el muchacho comienza a desarrollar comportamientos extraños, como girar la cabeza 360 grados, caminar por el techo y gastarse el dinero del cepillo en tragaperras. Finalmente el púber acabaría muriendo atravesado por una daga sagrada en poder de un joven Antonio Ferrandis. A pesar de los esfuerzos de Vajda, ni Sánchez Silva ni la productora terminan viendo lo del cepillo y las tragaperras, por lo que el giro satanista del film acaba cayendo en el olvido. Aitor Batuecas © humorenlared.com |
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