Robert Kirkman, guionista de la serie, secundado por los dibujantes Tony Moore (primero) y Charlie Adlard (después), se las ha ingeniado para crear una serie que lleva cinco años en el mercado manteniendo unas cotas de calidad acongojantes. Pero lo mejor de todo es que, en medio del resurgimiento de la moda zombie, se las arregla para conseguir que los zombies de su cómic sean lo de menos. Los verdaderos monstruos sin alma no son los muertos vivientes del título (esos ya tienen bastante con lo que tienen, que no todos los humanos saben como un chuletón de Berriz con guarnición de pimientos de Gernika, precisamente… por no hablar de los frustrante que debe ser ducharse todos los días sin poderse uno quitar el olor a podrido), sino el resto de personas que intentan sobrevivir al Apocalipsis zombie.
El mundo está ahora poblado por dictadores oportunistas, caníbales, adolescentes demasiado preocupados por sus desarreglos hormonales como para velar por la seguridad del grupo e incluso congresistas en horas bajas. Y por supuesto zombies, claro, millones de ellos. Unos al acecho de presas y otros tumbados en las aceras a la espera de que algún incauto se ofrezca de piscolabis. Es en ese cosmos en el que se mueve Rick Grimes, el protagonista por el momento (en Los Muertos Vivientes la esperanza de vida es bastante corta y la integridad física de sus personajes, por muchos números en los que vayan apareciendo, nunca está asegurada), un ex – policía de provincias venido a líder de un cambiante grupo de supervivientes que hace lo que puede por ver amanecer un nuevo día.

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