La declaración del Estado de Alarma para cortar la epidemia de estrés de los controladores aéreos en pleno puente vacacional indica que sube la presión en la caldera social.
«600.000 viajeros no pueden estar equivocados y un millón y medio de parados no pueden vivir en hogares en los que no hay ningún ingreso. Esto cualquier día revienta”, señala el catedrático de sociología Armario de Miguel mientras firma en ejemplares de su último libro Ahogos y Desmemorias. Antes, firmaba sus libros sin mirar. Ahora se asegura de que garabatea en un libro. “Desde que empecé la gira he firmado sin querer media docena de cesiones de derechos de autor, tres reconocimientos de paternidad y cuatro testamentos”, comenta mientras mueve la cabeza. A su juicio, lo ocurrido en los aeropuertos ejemplifica los dramas subcutáneos de una sociedad en plena crisis económica y de valores. “De valores morales y de los que cotizan en bolsa, que está como una montaña rusa”, asevera mientras comprueba la cotización del Ibex.
Galgos o podemos
El debate sobre el manejo de la crisis ha traído una polarización triangular. En el primer vértice se sitúan las personas afectadas por el aeropuertazo, instadas a reclamar ante las compañías aéreas. “Nos referimos al coste por el vuelo cancelado en sí y los daños colaterales. Y no, no vale denunciar a la coral Amatza de Sestao por cantar en el aeropuerto de Loiu”, señala una portavoz de Aena. En el segundo vértice están quienes, con el PP a la cabeza, acusan al gobierno de saber lo que se cocía y elegir el peor día para decretar las condiciones laborables de los controladores. El “pérfido” vicepresidente Rubalcaba, considerado en los cables de Wikileaks “serio, encantador e impactante”, habría urdido la trama. Objetivos: provocar a los controladores, solucionar manu militari el asunto y conseguir una imagen de firmeza para un gobierno socialista que apenas supera un 20% de intención de voto en los sondeos. Ha contado el gobierno con la inestimable colaboración de radios y televisiones, ávidas de explicar la realidad con ecuanimidad y rigor. “A mí me pidieron que encontrara rápidamente a alguien con una necesidad seria de volar, porque la jefa de informativos decía que se nos estaba viendo demasiado el plumero”, indica una redactora que prefiere mantener el anonimato, el sueldo, la hipoteca, el coche y todo lo que la convierte en una persona de provecho.
Esa sirena
La alarma social generada por la situación de 600.000 personas que podían pagarse un billete de avión para irse de vacaciones ha tenido mayor cobertura mediática que el anuncio de que los parados sin derecho a prestación iban a dejar de percibir los 426 euros de subsistencia o que el 40% de los parados vivían en hogares sin ningún tipo de ingreso, señala el sociólogo Javier Elfo. Cuando se le pide una explicación al alcance de cualquier estudiante de enseñanzas medias, se echa las manos a la cabeza. “El último informe Pisa es un desastre. Al paso que vamos lo que no quepa en 150 caracteres no lo va a entender ni Dios”, clama. El tercer vértice de opinión aglutina poco a poco a quienes ven con temor el uso del Estado de Alarma como bálsamo de Fierabrás para resolver cualquier estallido laboral y social. “Fíjese que la última encuesta del CIS coloca a los bancos como poder real, al ejército como institución más valorada y a los partidos políticos como la peor considerada. Creo que me voy a encerrar en mi refugio antinuclear hasta 2030”, subraya de Miguel. La alarma provocada por la corrupción política, la privatización de servicios públicos, los EREs, los despidos, la entrega de dinero público a la banca privada, la prolongación hasta los ciento veintidós años de la base de cotización para cobrar una pensión no se ha convertido en un estallido social… todavía. Pero por si acaso esto ocurriera y la policía no diera abasto, ahí estaría el ejército para repartir mantas y lo que haga falta.
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