mayo 8, 2011

Debajo de la Palmera: Defensa de Pepe Botella

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Paseando el otro día por un típico barrio madrileño, me encontré con una fonda, bar o taberna llamada Pepe Botella. En la marquesina se veía la caricatura de un borracho, con su breva colorada y sus ojos despistados, que ilustraba el nombre del establecimiento.
Pensé que la injusticia acompaña la memoria de José Bonaparte, a quien la ruleta del azar histórico destinó como rey de España durante cinco años. No solo se le recuerda en el país como un alcohólico, razón del mote de “Pepe Botellas”, sino que abundan las coplas castigadoras que lo ridiculizan, lo califican de tuerto infame y lo pintan como un inútil y un invasor. Un invasor de España a comienzos del siglo XIX.
Pepe Bonaparte era un invasor, ciertamente, pues había sido nombrado rey de España por Napoleón, su hermano menor, cuando las tropas francesas presionaron la abdicación de Carlos IV en pro de su hijo Fernando VII, y se produjo la rendición de este ante el emperador francés. Pero, a pesar de su condición de rey extranjero impuesto a la fuerza, José I fue un gobernante respetuoso y eficiente. Muchísimo mejor, sin duda alguna, que Fernando VII, el felón cuyo talante dictatorial y falta de talento para el mando se hicieron ver cuando regresó al poder en 1813.

José Bonaparte era el mayor de la familia. Había nacido en Córcega, como su famoso hermano, pero un año antes que él, en 1768. Realizó estudios medios en Francia y se graduó de abogado en Pisa, y al llegar a España ya tenía experiencia como monarca, pues lo había sido de Nápoles. Allí se distinguió como un gobernante liberal: abolió el feudalismo, construyó caminos y codificó leyes.
De su quinquenio en Madrid dan positiva y, a veces, hasta entusiasta noticia los historiadores españoles. Federico Carlos Sáinz de Robles, por ejemplo, afirma lo siguiente: «José I, que ni era tuerto, ni borracho, como maliciaban calumniosos poemas y coplillas chufas, se dedicó a requebrar a Madrid, pues no podía hacerlo a toda España, con muy buenas obras. Restableció en todo su esplendor las corridas de toros… Dio licencia para que los cafés y botillerías permanecieran abiertos hasta la madrugada… Organizó salves y tedeums diarios en las basílicas de Atocha y la Almudena; y diarias funciones de teatro con entradas gratuitas para los obreros».
Bonaparte, además, prohibió la Inquisición y realizó importantes obras de desarrollo urbano. La Plaza de Santa Ana, que es desde hace años lugar de reunión nocturna de los jóvenes, fue invento de Pepe Botella; también construyó las plazas del Rey, de la Cebada, de San Miguel, del Callao, todas ellas parte de la más tradicional geografía madrileña.
Entre 1811 y 1812 la ciudad enfrentó una hambruna pavorosa durante la cual se registraron más de 20 mil muertes por inanición y peste. En la mesa de los madrileños perecieron todos los gatos, perros y burros de la capital. Hasta papel y raíces comieron los ciudadanos, acosados por el hambre. Bonaparte hizo lo que pudo por conjurar la crisis, cuyo origen rural le era ajeno. Hizo traer comida de Francia y la repartió de casa en casa, aunque a menudo encontró que los ciudadanos la rechazaban con insultos a los «gabachos miserables», como llamaban a los invasores.
En mayo de 1823, las tropas inglesas y españolas expulsaron de Madrid a los franceses y al frente de ellos se fue José I. No se llevó grandes botines ni tesoros. Tras unos años en Francia, durante los cuales discutía a menudo con Napoleón, viajó a Estados Unidos y se hizo ciudadano de ese país. Pasó sus últimos días en Florencia, Italia, donde se dejó morir en 1844, con 76 años bien cumplidos.

Aún hoy, la memoria de José Bonaparte sigue siendo tema de burlas en bares madrileños que desconocen cuánto hizo por la ciudad. Cada vez más se le reivindica desde la misma esquina donde se burlan de él quienes lo ignoran, y levantan su copa por Pepe Botella, no por Fernando VII padre del bisabuelo del bisabuelo de Juan Carlos I. De herencia le viene al galgo…

Iñaki Anasagasti © humorenlared.com

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