El Ampli: Noche toledana en mono
La música es siempre una buena compañera, especialmente en momentos de soledad forzosa y merma de las facultades cognitivas. La madrugada del sábado llego a casa con una merluza que convertiría las borracheras de Jim Morrison en una fiesta de cumpleaños infantil. Se me va la cabeza, mis piernas responden de forma aleatoria y el estómago baila por seguidillas. La puerta del portal está abierta así que enfilo las escaleras como puedo. Mal día para seguir con el ascensor estropeado. Cada escalón es como un 8.000 de los de la Pasaban. Se me viene a la cabeza Lecciones de Vértigo el nuevo disco de Josele Santiago. Los chupitos de vodka sí que son mis Enemigos, pero les quiero igual. Con un par de alas llegaría a casa en un santiamén, pero luego me acuerdo de las Alas cortadas de Clarisse y se me pasan las ganas de aventuras voladoras. Llego a mi casa. Al fin. Pero, horror, no encuentro las llaves. Me acuerdo del título del álbum de Humo Sapiens, En los bolsillos, pero no, ahí no están las dichosas llaves. Ni en el fondillo de los gayumbos. Ni siquiera en la mano. Trato de no desesperarme. Intento hacer lo que he visto un millón de veces en películas, abrir la puerta con la tarjeta de crédito. Para ponerme en situación tarareo para mis adentros algo épico que me anime. Me inspira el Discovery Edition de Pink Floyd, los 14 álbumes remasterizados de la banda. Algo habrá donde elegir. Después de tres cuartos de hora desisto. Me he cargado todas las tarjetas de crédito (las dos), el bono del metro, la tarjeta de la biblioteca, la del videoclub y varias tarjetas de visita del servicio de atención al cliente de una tienda de ordenadores. Y encima se me repiten los patxaranes con tequila. En mi cabeza paso de las guitarras sinfónicas de la cuadrilla de Roger Waters a las mucho más lacrimógenas baladas de Mikel Laboa del Bass Country de Chalwa Band & King Konsul o, ya a la desesperada, del Leonard Cohen. En boca de… Por alguna extraña razón que no alcanzo a entender, tal vez azuzado por los acordes de El Chow Chow, que cantan los Mojinos Escozios junto a David de María en el flamante disco de tríos Mená Chatruá, me envalentono y me dirijo al domicilio de mi vecina del segundo. A ver si me deja pasar la noche allí. Ya me veo bailotendo con ella algo de La Liberación de Cansei de Ser Sexy. Llamo a la puerta. Tras insistir varias veces acaba apareciendo en el umbral un tipo de mediana edad, en camiseta de tirantes, enfundado en una bata de franela y unas zapatillas de felpa. Son las 4 de la mañana y tiene cara de mala leche. Huyo escaleras arriba sin dejar de pensar en que no parece el tipo de novio que le gustaría a mi vecina. Aunque yo tampoco lo parezco, la verdad. Mi Dear Revolution como dirían The Vegabounds se ha acabado. La sexual, al menos. Mi cabeza está a punto de estallar. No tengo ni idea de qué hacer. Intento pensar en alguien que lo haya pasado peor que yo, para animarme. Me acuerdo de Ramoncín, que saca disco nuevo. Lo ha titulado Cuando el diablo canta. Qué cachondo el tío. Qué pena que Teddy Bautista no haya querido hacerle los coros. Medidas desesperadas Barajo la posibilidad de salir a la calle y trepar por una cañería hasta la ventana de mi cuarto y colarme en casa. Lo desecho en mi estado. Sobrio tampoco hubiese sido capaz de hacerlo pero no hace falta hacer leña del árbol caído. Si al menos hubiese una piscina debajo en caso de caerme. Pero mi calle no es el Aquapark. Ni mucho menos el Aqualung de Jethro Tull. |
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