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Después de haber sido el jefe máximo del FBI durante 48 años, a lo largo de las administraciones de 8 presidentes de los EE.UU., y el hombre más poderoso de la nación, la imagen que se tiene de J. Edgar Hoover en el imaginario colectivo es la de un ultraderechista travesti. Poco importa que el rumor lo difundiera la mujer de un mafioso y que Truman Capote ejerciera de caja de resonancia, aunque nunca creyera en la veracidad del chismorreo. Lo cierto es que Hoover se las arregló muy bien a lo largo de su vida para mantener un poder casi ilimitado gracias a poseer información delicada de personas destacadas (parece ser que tenía fotos de Eleanor Roosevelt desnuda) y a pesar de cometer actos tales como pedir a Martin Luther King que se suicidase (y afirmar, después de su asesinato, que el autor del disparo había sido un marido cornudo), mantener a sus agentes en guardia de 24 horas que le limpiaran el jardín de zurullos de animal, o amargarle la existencia al agente estrella Melvin Purvis (captor de Dillinger) por no haberle dejado a J. Edgar atribuirse todo el mérito de sus éxitos policiales.
Consciente de todo esto, Clint Eastwood ha construido una historia muy poco loatoria, aparentemente fascinado por la capacidad de Hoover para mantener a lo largo de los años la careta de hombre de orden y homófobo a ultranza, cuando vivía con su madre, jamás se casó y se pasó toda su vida acompañado de su fiel amigo y confidente Clyde Tolson, con el que hacía manitas en los restaurantes. Una lástima que DiCaprio no pueda lucirse demasiado interpretando a un tipo tan poco carismático.
Horacio Sandoval © humorenlared.com
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