Debajo de la Palmera: En Euzkadi hay muchos pesados
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Esto de la vida política tienes sus pros y sus contras. “Pros”, relativamente pocos, y “contras” la mayoría, sobre todo cuando hay algún caso de corrupción y te encuentras al abuelete que pasea a su nieto por el Campo de Volantín y dice cuando tú pasas: «Todos son iguales». Pero hay otra pesada carga que se sobrelleva con resignación y es el soportar a los mil millones de pesados que hay por el mundo. Y en Euzkadi, los hay a miles. Y te los encuentras en todas partes. Por ejemplo en la calle. Te han visto en la tele y te dicen cómo tienes que ponerte la corbata y lo que le debiste contestar a María Antonia Iglesias ya que él o ella la conoce mucho no en vano estuvieron en el PC y son gallegos los dos. O aquella señora que si vas en el tranvía te pregunta el por qué no vas en coche oficial y si ya estás para el pudridero, pero si te ven en coche oficial te increpan que ya está bien que le gastes inútilmente parte de sus impuestos. También te los encuentras en el avión. Y si te toca en el asiento de al lado, ya sabes que no vas poder echar una cabezadita, leer el periódico o acordarte del cumpleaños de tu mujer. El pesado habla todo el tiempo del viaje y tiene solución para todo. El pesado es un ente histórico que hizo su aparición con el primer antropopiteco que se metió en la cueva de su vecino y se plantó a su lado mientras éste decoraba con pinturas rupestres las paredes de la caverna. Para al cabo de un rato señalar con un dedo: – Me parece que a ese bisonte le sobra una pata… Desde entonces existe el pesado que rebuzna para expresar su opinión, y el superpesado que no dice nada y se limita a sonreír como idiota. Todo intelecto requiere paz para poder funcionar adecuadamente. Pero el pesado la destruye brutalmente a base de comentarios o de palmaditas en la espalda. O con un picaresco guiño de ojo, como cuando nos encuentra en la calle con una parienta lejana que tiene seis hijos y es más fea que una cartera vacía. El pesado se las ingenia para vernos después a solas e insinuar con airecillo de misterio y de triunfo: – ¡Vaya muchachona con la que ibas el otro día! – Es una prima de mi mujer, que vino de Donosti a pasar las vacaciones. – ¡Sí, hombre sí! Como si no supiera yo la clase de tenorio que eres…. Y trate usted de convencer al pesado de que desde hace tiempo nuestras actividades donjuanescas se reducen a decirle un piropo pasado de moda a la recepcionista del senado o a la cajera del banco, y que el aspecto físico y espiritual de la señora con quien nos vio en la calle, no nos provoca ni el menor estremecimiento, además de que está casada con un energúmeno muy celoso que tiene tres ingresos en la cárcel por homicidio. El pesado indiscreto -otra modalidad del género- es aquel que nos pregunta por fulana cuando estamos con mengana, o viceversa, y ocasiona un cataclismo. Tres o cuatro días después lo encontramos en el café, y al darnos la clásica palmadita en la espalda, nos dice con cara de sacristán: – Perdona, yo creía que fulana y mengana eran hermanas… A veces efectivamente lo son, y entonces el cataclismo se eleva al cubo. Luego viene el pesado-enciclopedia, ese fatuo que presume de saberlo todo y que interrumpe nuestra conversación para corregir una palabra, un dato, una fecha o una cita histórica, y después da cátedra sobre la materia por espacio de dos horas. Afortunadamente este tipo de pesado eventualmente llega a encontrarse con un señor que padece dispepsia y mal humor crónico, el cual lo callaría para siempre de un balazo si viviera en México. También existe la pesada mujer (a la que llamamos así para diferenciarla de la mujer pesada, que puede ser una señora gordita pero muy simpática). La pesada mujer se reúne con otros ejemplares de su especie y todas juntas se meten a hacer la digestión en el cine, hablando durante el transcurso de la película, acerca de sus partos, de que se les fue la chica, de que tres al derecho y dos al revés, y de que en tal o cual tienda hay rebaja. En los conciertos es extraordinariamente peligrosa, ya que se aburre y no puede estarse quieta ni un instante. Y si alguien la sisea para que se calle, impulsa a su marido a tener un broncazo con el que reclama silencio. Otro tipo de pesado, que lo mismo se da en el género masculino que en el femenino, es si tienes un hijo pesado y comienzas tú a opinar sobre la alineación que Bielsa pondrá en la final de Copa: «Aita, tú no sabes nada”. Y te da su alineación y te dice que por favor le prestes tu carnet para ir con la novia a San Mamés el siguiente domingo. En fin, que hay pesados en todas partes y me dicen que sobre todo en el cielo y que para no aburrirse se cuentan sus batallas quinientas veces. Esto me asusta. Habrá que hacer algo. Iñaki Anasagasti © humorenlared.com |
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