noviembre 27, 2012

El Ampli: Hoteles atonales

La estancia en hoteles es mejor con música. Es la que nos hace ver la luz al final del pasillo. Mejor que los pilotos de emergencia.

El otro día voy a gorronear flyers a la recepción de un hotel y cuando me dispongo a abandonar el lugar me tropiezo con la alfombra. La caída es de espanto. El personal del hotel se acerca a socorrerme y cuando me preguntan cuánto suman dos más dos para comprobar si podía haber sufrido lesiones cerebrales y les contesto “Depende”, se apresuran a obsequiarme con una estancia gratuita para que no les denuncie.
Al día siguiente vuelvo al lugar de autos para hacer uso de mi regalo. El edificio es un antiguo hotel reformado que tiene una mezcla de encanto trasnochado y vanguardia. Como Balas de amor, el último disco de Antonio SMASH. Subo a la habitación asignada. No. No es una suite. De hecho es bastante cutre. No vale una brecha de 17 puntos en la frente. Y es que mi frente es la segunda cosa que más quiero en este mundo después del bigote postizo que siempre guardo en el bolsillo del pantalón. Además, cuando enciendo el hilo musical no suena nada del Zorion Argiak de Betagarri. En ese momento se le acabaría la Alegría! hasta a Albertucho. Pero no me quejo.

Yo soy así, y así seguiré…

Voy directo a mi mueble favorito en una habitación de hotel. El mueble bar. Me ha pasado en otros hoteles en los que me tienen fichado que la portezuela está fijada con cadenas. Cadenas de odio las llamo yo. Luego me copiaría el concepto Sociedad Alkoholika para titular su nuevo álbum, pero no se lo tengo en cuenta. Afortunadamente este minibar está accesible. Así que empieza la fiesta. Me preparo un combinado con naranja y vodka. Elementos indisolubles. Como Loquillo y Sabino Méndez, que se reencuentran después de los años para grabar La Nave de los Locos. Una pena que el destornillador que me estoy preparando no sirva para ajustar los tornillos de la lámpara de la habitación, que se encuentra suspendida sobre mi cabeza en un equilibrio de lo más inestable.

Fiesta privada

Para evitar una nueva brecha decido salir de la habitación, no sin antes rellenar convenientemente las botellitas consumidas, que no han sido pocas. Me acuerdo de Grass y Kosta, de Boikot, y de su grupo Sonora. Y de que su último trabajo se llama Elemento II: Aire. Así que puestos a tirar de arjé griego procedo a rellenarlas con agua. Claro, la idea es buena para el vodka y la ginebra. Pero la cosa canta que se mata cuando miras las botellas de whisky y ron negro. Y dar el cante es algo que solo le sale bien a gente como la cantautora Argentina cuando homenajea a Mario Angel Marrodán. Decido no pensar en ello.
Bajo al bar del hotel, ya entonado. Contemplo el panorama. Un grupo de ingleses me recuerdan al 20 y Sereno de Porretas. Pero solo coincide el número, no el estado etílico. Le pido al camarero que me ponga algo del Sujetronika, de Sujeto K, pero me mira raro y me dice que de Nacha Pop lo que quiera pero que a ese no le conoce. Aprovecho que el barman se despista y que llevo un pendrive encima y copio una playlist del Odio y ruido de Alimaña, que empieza a sonar inmediatamente por los altavoces del garito. Cuando me fijo en la cara de desconcierto del camarero y en cómo acaricia un bate de nogal que tiene bajo el mostrador, pongo pies en polvorosa antes de que se crucen nuestras miradas.
Me encamino al lobby de la entrada, donde un grupo de turistas japoneses espera pacientemente. El aburrimiento hace que me asalten curiosidades tontas. Por ejemplo, pensando en el LP de Mi Animal, me pregunto qué pinta tendrían los ocupantes de un autobús de jubilados proveniente del Sexto Continente. Si escucharían fusión de rock cincuentero y punk. O a alguna especie de Isabel Pantoja atlante. Pero no llego a ninguna conclusión contrastable, así que me recreo en la contemplación de los nipones. Continúo mi paseo.

Ruta del tiempo

No me seducen ni la piscina olímpica, ni el minigolf, ni el salón de juegos, ni la bolera, ni la lavandería, ni la sala de calderas, así que vuelvo a la habitación. Me asalta entonces el remordimiento cuando me reencuentro con el mueble bar esquilmado. Pienso que debería pagar las botellas bebidas. O a lo mejor tratar de camelar al de recepción y decirle que las he bebido Por necesidad, que diría Carmona. Por prescripción facultativa. Pero que no llevo el volante del médico encima. Aunque sea con copago algo más barato ya me saldrían los lingotazos. Pero abro los ojos y me convenzo de que no va a colar. Que confesar sería un Sincericidio. Y eso a lo mejor a Jotandjota le sirve para vender discos pero a mí no me iba a librar de la minuta.
Decido bajar a recepción y afrontar la situación como un valiente: colándome en el grupo de japoneses para avanzar hacia la puerta de salida caminando hacia atrás. Me planteo hacerlo en plan monwalker pero se trata de no llamar la atención y me contengo. Por si acaso, eso sí, me pongo el bigote postizo. Solo espero que el del bate de nogal no ande cerca.

Javi Trilobite © humorenlared.com

 

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