El Ampli: Cuentos con bemoles
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![]() Después de escuchar atentamente Fábulas, el nuevo disco de Dais, decido que estoy preparado para iniciar una prometedora carrera como cuentacuentos. Ya he actuado con anterioridad ante públicos de lo más exigentes, como aquella vez que le conté a mi madre que unos extraterrestres habían bajado descolgandose por la fachada hasta su dormitorio y se habían llevado el billete de 5.000 pesetas que guardaba en la cómoda. O aquella otra en la que casi le convenzo a un guardia urbano de que sufro de retinitis pigmentaria y que por eso no había visto el semáforo en rojo, aunque de lo que se me acusaba era de haberme saltado un stop. En un ejercicio de modestia sin precedentes acuerdo conmigo mismo rebajarme a leer material ajeno. Todo sea por que no se pierda el milenario arte de la narración. Así que, el día convenido a la hora convenida, acudo al aula de cultura del ayuntamiento de una localidad de cuyo nombre no quiero acordarme. Cosas de la falta de fósforo. Tras hablar con un técnico del consistorio accedo a una habitación en la que me espera mi público: media docena de mozalbetes de entre 8 y 12 años, sus respectivos padres, una anciana y tres empleadas municipales. Me siento como Torrebruno en su gran debut, lo que hace que me acuerde de que tengo que conseguir el nuevo disco de Tigres Leones, Mucho Spirito. Una de las trabajadoras del ayuntamiento me sienta en un taburete, me presenta ante la audiencia y yo les muestro mi libro de cuentos. Impreso en offset. Cuatricomía, como el álbum de Fangoria. Si lo hubieran impreso solo en Cyan habría sido un colapso, o mejor, un Delapso como el título del LP del grupo. No he terminado de regocijarme en mi propia ocurrencia cuando el padre de uno de los críos me grita que empiece de una puñetera vez, que llevo cinco minutos de reloj con sonrisa de idiota y la mirada perdida en el infinito. Empezamos bien. Decido comenzar por el cuento de Los Tres Cerditos, pero el público es más difícil de lo que yo me esperaba. Que si no se me oye, que si tengo voz de pito, que me vaya a hacer gárgaras, literalmente. Me hago cargo. Una vida de gildas de bar, cerveza barata, somier de muelles y otros estragos, pasa factura. Y me refiero a estragos de los chungos, no a José Estragos, que escuchar su nuevo disco en solitario es una experiencia enriquecedora. Sobre todo para él, si lo pagas. Sé que no soy el ruiseñor de antes, pero me esfuerzo. Como dice El Kanka, Lo mal que estoy y lo poco que me quejo. Sigo leyendo pero, hacia el final del cuento, la cosa se pone peliaguda. Uno de los padres me dice que hay que denunciar al constructor de la casa de paja, otro que el cerdito de la casa de ladrillo había vivido por encima de su posibilidades y una madre me recrimina haber elegido un cuento tan poco apropiado, con la que está cayendo con la ola de desahucios. Juro que alguien debe de tirar de los hilos para meterme en estos fregados. Como Pull my strings y su Dora Bay. Ojalá estuviera en un sueño color mandarina con Miss Li. Pero no, me toca seguir aguantando el tirón. Caigo en la cuenta de que a lo mejor debería hacerle caso a Pan de Higo y dedicarme a Otros menesteres. No cejo, porque me depilo, y trato de poner paz. Empiezo a leer un nuevo cuento sin haber terminado el anterior. Justo cuando llegaba la parte en la que el lobo malvado decide abandonar la vida de matón para compaginar su carrera de deportista de riesgo con su faceta de productor de Suede. Por eso el nuevo álbum se llama Bloodsports. Me lo dijo una señora en la frutería, así que será verdad. El caso es que me decanto por La Cenicienta, con la esperanza de no generar ningún tipo de polémica de ningún tipo. Y fracaso con gran estrépito. Cuando llego a la parte del zapato de cristal, una niña de unos 11 años, que ha estado tarareando letras del Berriz Xutik de Xutik, me exhorta que la culpa de que la madrastra del cuento someta a la protagonista a maltrato psicológico es del sistema patriarcal opresor, sublimado en la figura del príncipe. La anciana se pone de pie y me dice que con Largo Caballero eso no pasaba. Uno de los niños me lanza un muñeco de Monsuno al ojo. La madre de antes me clava una mirada asesina. No hay perdices Empiezo a temer por mi integridad física. Pienso que mi vida va a pasar por delante de mis ojos, pero solo veo portadas de discos. El fin esta cerca, de Chocadelia y Adiós Sancho, de Los Coronas, son las primeras en desfilar. Les sigue Maniobras de evasión, de La Factoría del Cosmos. Finalmente no es necesario que huya del recinto saltando por la ventana. Una de las empleadas municipales me saca de la habitación mientras las otras dos contienen a la jauría humana, a la que oigo llamarme instrumento propagandístico del sistema. Cuando estamos a punto de alcanzar la puerta de salida, la mujer me comenta que debería haber traído otro material. Cosas de Nietzsche o de Wittgenstein que se entienden mucho mejor y las conclusiones a extraer van a ser siempre unívocas y menos crispadas. No podría estar más de acuerdo. Los libros de futbolistas le gustan a todo el mundo. Javi Trilobite © humorenlared.com |
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