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En una escena teatral que vi hace poco, sonaba un breve y muy suave fragmento de música clásica y acto seguido otro del más crudo death metal. Se buscaba así un contraste cómico, y vaya si funcionaba. Hay que ver lo diferente que llega a ser lo uno de lo otro, y no es solo evolución de siglos: en los últimos treinta años el nivel de burricie musical ha subido de forma exponencial hasta niveles insospechados, ayudado además por los medios actuales de grabación y reproducción, que no dejan títere con cabeza. La música más bestia cada vez se parece más al ruido rosa. No porque sea buena o mala, agresiva o lo que quiera ser, simplemente porque cada vez llena más el espacio sonoro; está ya muy cerca de ocuparlo por completo y ser lo que dicho ruido: una emisión de todas la posibilidades a la vez, un soplido horroroso. Mooola, que diría Bart. (Más…) |