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Recuerdo una historieta que vi hace años. Una gallina y un gato junto a una autopista en hora punta. La gallina entusiasmada le explica al gato cómo cruzar al otro lado sin acabar convertida en paté. El gato la mira con ojos de gato: “Pss, no sé para qué tengo que cruzar”. Todo esto viene a cuento porque el otro día una expracticante de tai-chi me contó su motivo para dejarlo: aquello iba demasiado rápido para ella. Acudía a relajarse y salía más tensa todavía. Fue una revelación que a lo mejor ha transformado mi ser. La confirmación de una intuición profunda o algo. Y es que, cuando veo esas imágenes de ancianitos chinos moviéndose armoniosa y pausadamente en algún parque de Pekín, siempre pienso que igual hay gato encerrado. O gallina coja, vamos. (Más…) |