Existe una película, titulada Vive como quieras, en la que una familia, perfectamente armoniosa y bien avenida (hablamos de cine, no lo olviden), desafía a una mastodóntica empresa que pretende comprarles su casa para construir una fábrica de armamento, sin éxito. Esta circunstancia, prolegómeno de muchos episodios clónicos de El Equipo A, es lo de menos. Lo subversivo del film es que en esa familia todos hacen lo que les sale de sus reales gónadas. Unos inventan cajas musicales, otras escriben infumables folletines de misterio, otros fabrican fuegos artificiales en el sótano. Y lo venden, claro. Porque serán subversivos pero no imbéciles. Y todo esto sin mostrar demasiado amedrento ante las figuras de autoridad, a menudo desorientadas ante tanto libre albedrío, tanta insumisión y tanta anarquía, que no caos. Lo más desopilante es que el autor de tan incendiaria soflama (que se permite hacer chanza con la revolución de los soviets) es Frank Capra y su año de estreno 1938. Gente humilde, feliz con lo que tiene, pero no por resignación sino por decisión propia, en un mundo que estaba a punto de irse a la mierda en cohete. O en cazabombardero.
En otro orden de cosas (pero no muy «otro», porque al final todo tiene que ver con todo), el diario EL CORREO del 17 de marzo parece tan perplejo como los policías que cazaban bolcheviques psicotrónicos en la película. En su página 16, a cinco columnas, recoge los datos más suculentos de la última encuesta del Gobierno vasco sobre la situación económica en Euskadi. Su titular viene a adolecer de la lírica habitual: «La pobreza baja por primera vez desde la crisis pero se enquistan los casos más graves». Ni demasiado torticero, ni demasiado triunfalista. Pero el tono de la información es pesimista, triste, desalentador, apocalíptico, pinchaglobos. Por aprovechar los «quistes» del titular, vendría a decir que las heridas van curando lentamente, pero que la infección, el pus y las lesiones internas podrían ser irreversibles. Que la recuperación «no compensa». Que la población no volverá a ser la misma tras el «mazazo económico». Que los pobres seguirán siendo pobres y los que no lo eran deberían ir practicando, que aún quedan muchas esquinas libres y las flautas son baratas.
Pero el dato que le debe de escocer al periódico, el que le chirría, el que no computa, el que es tan aberrante que tiene que aparecer destacado en la entradilla es que, en medio de ese panorama de desolación pecuniaria, «aunque pueda sorprender», 1,6 millones de vascos digan vivir «con bienestar». Qué ignorantes. Qué absurdos. Qué infelices, pensará el diario.
Que vivir como uno quiera, sin salpicar, es una cosa, pero ser pobre y no vivir sumido en la amargura y la angustia vital es de radicales. O de gilipollas.
Héctor Sánchez © humorenlared.com |