Gora Euskadi: Vuelve Dickens
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Ala hora de afrontar cualquier trabajo periodístico, es muy importante saber generar atmósferas. No hace falta ser un apóstol de Tom Wolfe, ni sacrificar un gallo negro en ofrenda a Hunter S. Thompson todas las mañanas, ni persignarse tres veces ante una foto de Kapuściński antes de salir de casa, para darse cuenta de lo importante que es generar imágenes que se graben a fuego en la retina del lector. De recrear ante el usuario del periódico un mundo, perfectamente contextualizado, que apele a su empatía y, si una cosa lleva a la otra, a su vocación suscriptora. Recrear ambientes es fundamental. Es lo que separa la noticia del teletipo. La crónica, del anuncio por palabras. El reportaje, de la página de las esquelas. Es comprensible el celo de EL DIARIO VASCO, siempre tan conturbado por la procelosa senda del devenir humano. Pero no debería ser tan duro en su juicio. Los usos y costumbres funcionan a un ritmo más lento del que marcan los avances tecnológicos. Tratamos de ganarnos el sustento con una ocupación que nos permita vivir bajo techo y comer casi todos los días, como en la Edad Antigua. Aspiramos a emparejarnos y tener descendencia para dar un sentido a nuestras, más o menos, poco trascendentes vidas, como en la Edad Media. Intentamos olvidar las frustraciones generadas por lo anterior frecuentando tabernas y conciliábulos de diverso pelaje, como en la Edad Moderna. No es de extrañar que en lo que concierne a matarse trabajando prevalezca «la siniestralidad clásica». Después de todo, las úlceras sangrantes, los ictus, los infartos de miocardio, los ataques de ansiedad, las sobredosis de antidepresivos o los saltos desde la ventana abrumados por el estrés y la depresión, cuestiones más propias del progreso y la modernidad, no contabilizan como accidentes laborales. Además, que no se angustie el lector por el deceso decimonónico. Después de todo, está de moda lo vintage. Héctor Sánchez © humorenlared.com |
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