marzo 20, 2019

Gora Euskadi: Vuelve Dickens

Ala hora de afrontar cualquier trabajo periodístico, es muy importante saber generar atmósferas. No hace falta ser un apóstol de Tom Wolfe, ni sacrificar un gallo negro en ofrenda a Hunter S. Thompson todas las mañanas, ni persignarse tres veces ante una foto de Kapuściński antes de salir de casa, para darse cuenta de lo importante que es generar imágenes que se graben a fuego en la retina del lector. De recrear ante el usuario del periódico un mundo, perfectamente contextualizado, que apele a su empatía y, si una cosa lleva a la otra, a su vocación suscriptora. Recrear ambientes es fundamental. Es lo que separa la noticia del teletipo. La crónica, del anuncio por palabras. El reportaje, de la página de las esquelas.
Por eso la redactora de la información que nos ocupa, aparecida en una conocida cabecera de Vocento, escoge con tino las palabras del titular. «37 muertos el año pasado en Euskadi en accidentes laborales «del siglo XIX»«. La autora del texto nos invita a visualizar un horizonte de chimeneas vomitando nubes de ceniza, con niños por las calles que nos asaltan para mendigar unos chelines mientras señores con sombreros de copa y amaneramientos victorianos se muestran impasibles ante la siniestralidad laboral. Sin embargo, el titular, y después el cuerpo de texto, destila cierta contrariedad. Decepción, incluso. En pleno siglo XXI los trabajadores siguen muriendo en accidentes que no se diferencian mucho de los del siglo XIX. ¿Acaso el progreso no nos había prometido ser aniquilados por el rayo láser de un robot ensamblador que habría tomado conciencia de sí mismo? ¿No debería ser ya el tiempo en que operarios de bases orbitales fueran absorbidos por agujeros negros mientras reparan un acelerador de hiperespacio? Pues no. Caídas de altura, aplastamiento, pérdida de control de las máquinas. Tantos decalustros de progreso para seguir como en los tiempos de Dickens. Algo se está haciendo mal, podrían preguntarse desde el diario.

Es comprensible el celo de EL DIARIO VASCO, siempre tan conturbado por la procelosa senda del devenir humano. Pero no debería ser tan duro en su juicio. Los usos y costumbres funcionan a un ritmo más lento del que marcan los avances tecnológicos. Tratamos de ganarnos el sustento con una ocupación que nos permita vivir bajo techo y comer casi todos los días, como en la Edad Antigua. Aspiramos a emparejarnos y tener descendencia para dar un sentido a nuestras, más o menos, poco trascendentes vidas, como en la Edad Media. Intentamos olvidar las frustraciones generadas por lo anterior frecuentando tabernas y conciliábulos de diverso pelaje, como en la Edad Moderna. No es de extrañar que en lo que concierne a matarse trabajando prevalezca «la siniestralidad clásica». Después de todo, las úlceras sangrantes, los ictus, los infartos de miocardio, los ataques de ansiedad, las sobredosis de antidepresivos o los saltos desde la ventana abrumados por el estrés y la depresión, cuestiones más propias del progreso y la modernidad, no contabilizan como accidentes laborales.

Además, que no se angustie el lector por el deceso decimonónico. Después de todo, está de moda lo vintage.

Héctor Sánchez © humorenlared.com

 

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