El peligro de hacer pasar mentiras contrastadas por verdades como puños es que luego, cuando se intentan refutar, vienen los llantos y los traumatismos. La música no amansa a las fieras. Al contrario. Intentar poner un DVD de Celine Dion en una fiesta de Ángeles del Infierno no parece una feliz idea.
Nº 1. Reinterpretación
La idea de que si nos introducimos en un foso de leones con una arpa, estos cesarán en su empeño de hacerse un filete ruso con nuestro bulbo raquídeo es inexacta. La falacia proviene de un error de traducción del pasaje de Daniel, en la Biblia, que sustituyó arpa por la original hacha bifásica de 20 arrobas.
Nº 2. Violencia estructural
Un macroconcierto de rock o un grupo de ancianos bailando Los pajaritos en un after de Benidorm distan mucho de ser imágenes pacíficas. Las convulsiones, los saltos, las piruetas y los escupidores de cerveza con queroseno inflamado no invitan al amansamiento. El caso del macroconcierto sí sería algo más tranquilo.
Nº 3. Competitividad
La música genera tensiones como las competiciones para ponerle letra al himno de España recitando la receta de los garbanzos a la romana.
Nº 4. Conflictividad
Algunos cantantes, supuestos contribuyentes a la Paz Mundial, se han visto a menudo envueltos en asuntos violentos. Puff Daddy, Notorius Big o Miliki son algunos de los casos más conocidos. Curiosamente Beethoven, más sordo que Doña Rogelia compartiendo grada con Manolo el del Bombo, era un gran filántropo y amante de los daikiris de cebolla.
Nº 5. Primitivismo
La música es, a menudo, usada para instigar los más bajos instintos del ser humano. Y no hablo de cuando Torrebruno tenía hambre. Los ejércitos han luchado al lado de tipos que tocaban el tamboril para animar. Incluso los soldados americanos matan a buen ritmo escuchando heavy metal. Si lo hicieran con música de Manolo Caracol las bajas se multiplicarían por mil. Las propias, claro.
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