Debajo de la Palmera: La política de Pancho López y los asesores
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Pancho López fue una canción mexicana dedicada a un chamo que en nueve años lo hizo todo. Empezaba así. “Nació en Chihuahua en novecientos seis, en un petate, bajo un ciprés, a los dos años hablaba inglés, mató a dos hombres a la edad de tres. Pancho, Pancho López, chiquito pero matón”. Cada año era descrito a la velocidad de la luz. El corrido terminaba así: “Aquí la historia se terminó, porque a los nueve Pancho murió, y el consejo de la historia es, ¡no vivas la vida con tanta rapidez! Pancho, Pancho López, chiquito pero matón. Pancho, Pancho López,viviste como un ciclón”. Ya que hemos citado a Pancho López (ese mítico personaje del famoso corrido mexicano que a la temprana edad de cinco años ya había hecho todo lo que un hombre de cuarenta todavía no ha tenido tiempo de hacer) podríamos calificar ese algo tan pernicioso como “la pancho-lopización” de nuestra política y de nuestra historia. Y eso que nos ha quitado un añito a cuenta de la confinación. Algo terrible para los que lo quieren todo y ahora. Es decir, su banalización por no vivirla a sorbitos y por querer avanzar pisando callos a todo el mundo. Los conoce usted. Y también por la banalización de todo, vacía kleenex al convertir el desarrollo en una acumulación de imágenes ejemplares, donde un personaje comanda momentáneamente la historia del país, saltando de la condición de santo a la de diablo y viceversa, de su condición hace dos años de proscrito sin Dios y sin ley, a este come back sólo comparable a los del Llanero Solitario; todo eso siguiendo los caprichos de la opinión popular, o sea lo que en el lenguaje de la televisión se llama rating. No, no estoy hablando del emérito ni de la Sra. de Madrid. A ese señor le señalamos cuando nadie lo hacía. Y a esa señora a quien le preocupa de verdad es al Sr. Casado. Acabamos de escribir una palabra que tiene resonancias mágicas en este ambiente. El problema es que no se queda allí, sino que pesa cada vez más sobre las características del debate político en la actualidad y, por lo visto, en el futuro los magos mediáticos, los brujos de la tribu con sus consejos y consejas. Los asesores de imagen. Al mismo tiempo que se ha organizado este espectáculo con el one-shown-man-woman del momento, el otro brazo de los titiriteros de la opinión pública, las encuestas señalan que el noventa por ciento muestra desconfianza y rechazo hacia los partidos políticos. Una vez más, lo pernicioso no es un resultado, que, como se sabe, refleja la opinión de un sector quizás representativo de la población en un momento preciso, sino la actitud de algunos dirigentes políticos ante ese resultado. Se comenzó por traer a todos esos asesores de imagen, cuidadosos menos del mensaje político, en un país que desconocían, para hablar del modelito o del color de las chaquetas, del tinte de los cabellos y, sobre todo, del brillo de los dientes para la sonrisa carismática. Esos polvos trajeron estos lodos: los asesores de imagen terminaron por tener mayor poder que los dirigentes del partido (sobre todo si éstos eran muy feos) y hoy los sastres son más importantes que los economistas y los epidemiólogos. Para remate, tenemos en Moncloa y de Donosti, al mejor de los asesores de imagen de todos los tiempos, el hombre en cuyas manos reposa el futuro del país y que decidirá en última instancia quién nos gobernará en el próximo milenio. Y, lógicamente, todo lo quiere hacer aquí y ahora, pasando por encima del detalle sin importancia de la pandemia mundial. Lo mismo ocurre en Madrid con una Sra. que tiene de asesor a quien le llevó a Aznar a la Moncloa desde Valladolid. Guerra pues de asesores de imagen que creen que la política hay que vivirla como Pancho López. Visto lo visto no es el pueblo quien rechaza los partidos, son los partidos mismos quienes han rechazado la posibilidad de seguir siendo tales. Todos los partidos: desde los más viejos que decidieron que, en determinado momento, una sola chaqueta a cuadros valía más que mil programas, hasta los más recientes para quienes resulta más convincente que un programa, el uso (o desuso) de una corbata, o de un bolso o perfume. Iñaki Anasagasti © elkarma.eus |
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