Debajo de la Palmera: ¿Por qué le aplaudían?
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En el colegio nos hicieron una prueba de canto. Había que entonar el Cantemos al Amor de los Amores. Terminé a duras penas. “Tú, a aplaudir”, me dijeron. Y aplaudo. Mi oído codifica los sonidos como una chirimía. No obstante apoyo todo lo apoyable del mundo musical. Tras haber fracasado como estudiante de txistu le animé a mi hija Naiara a tocar el acordeón. Mi pobre mujer le compró uno de segunda mano que era más grande que ella. Solo supimos que sabía interpretar el Zorionak zuri. Lo demostró cuando mi ama cumplió ochenta años. Fuimos todos a Mutriku. Mi ama, donostiarra, había nacido allí y allí nos fuimos todos con flores a Dña. Itziar. En los postres y al calor del sople de las velas, Naiara tocó el Cumpleaños feliz que todos cantamos en euskera. La niña fue la sensación. Hasta hoy. Fue la primera y la última vez que lo hizo. Cuando fui portavoz en el Congreso en Madrid nos vino el presidente de la ABAO, Pako Larrakoetxea, a hablarnos de las bondades de la ópera y de la necesidad de que se considerase a la ABAO una institución de interés público digna de ser apoyada en los Presupuestos Generales del Estado. Eran los tiempos del efímero idilio de Aznar con Arzalluz, cuyo padre había nacido en Bilbao y sido bautizado en la misma pila bautismal que Sabino Arana, y tiempos también de cuando se intercambiaban Ribera del Duero y Txakolí de Getaria. González de Txabarri y yo pusimos sobre la mesa la necesidad de que se abriera una partida para la Asociación Bilbaina de Amigos de la Ópera y lo logramos. Se hizo lo más difícil, abrir la cuenta. Y desde entonces la ABAO tiene su estipendio anual, algo digno de ser apoyado y que le da a la Villa su toque musical de gran escenario. Seguramente la actual directiva no tiene ni idea de esta batalla ya que no nos mandan ni una tarjeta de navidad, ni un jamón. En su tiempo Cecil Gerrikabeitia nos invitaba a los estrenos. La ópera no es lo mío aunque respete el inmenso trabajo que hay detrás de un montaje de esa categoría y la necesidad de apoyar en Bilbao a gentes que logran la excelencia en los conciertos que se organizan, trayendo a sus programas a seguidores entusiastas de Logroño, Santander, Gasteiz y hasta de Donosti. Todo este preámbulo me sirve para decir que yo de música poquito, aunque toda mi vida le escuchaba a mi ama decirnos lo amigas que habían sido en Zarautz varias jóvenes, entre ellas Pepita Enbil, de Getaria, madre de Plácido Domingo. La buena de Pepita era nacionalista vasca, cantó en el coro del Gobierno Vasco Eresoinka en el exilio donde trinó hasta Luis Mariano y me daba sus nombres. Y me hablaba de lo bien que cantaba. Yo conocía toda esa historia y cuando en 1983 Bilbao se inundó, me pareció excelente que Plácido Domingo se ofreciera a cantar en un concierto para ayudar a las víctimas y a la reconstrucción de lo dañado en la Villa. Y mi ama me dijo. “Si viene tengo que ir, escucharlo y preguntarle por Pepita”. Sin embargo un amigo me dijo. “Ese cumplirá su promesa cuando a las ranas les salga pelo”. Acertó. Posteriormente le oí en varias oportunidades desmayarse de felicidad ante los éxitos del Real Madrid como si fuera Abascal y su equipo el “macizo de la raza”, y cuando en aquel programa de ETB, Ocho Apellidos Vascos, le enseñaron el carnet del PNV de su señora madre, Pepita, de tiempos de la República, reaccionó como lo hubiera hecho el conde Drácula ante un crucifijo y pensé para mí “Este buen señor será un cantante magnífico pero me da que no es trigo limpio”. Me falla el oído musical pero no el olfato ya que al poco el intocable tenor fue denunciado por 27 personas anónimas entre las que había mujeres que fueron acosadas o fueron testigos de situaciones de acoso durante dos décadas teniendo Don Plácido que reconocer los hechos. “Asumo completamente la responsabilidad por mis actos y he crecido a partir de esta experiencia”. Muy bonito pero la ópera de Los Ángeles le dio suela a pesar de su crecimiento. La historia no acaba aquí. Hace poco, en un concierto benéfico organizado por la Sra. Díaz Ayuso, eligieron a este señor, quien había reconocido haber cometido abusos sexuales contra más de veinte mujeres. La iniciativa no parecía hecha para ayudar a trabajar por erradicar esta lacra, sino al parecer para desagraviarle. ¿De quién? El gran pulpo se llevó una ovación histórica. Fueron casi ocho minutos en los que gran parte de los 1.620 asistentes fueron poniéndose en pie para despellejarse las manos y gritar Vivas como en la Plaza de Colón. El propio Plácido emocionado dijo lo que le había dicho la capital de España “Plácido, eres nuestro”. A mí que en el Colegio me mandaron aplaudir digo que en primer lugar no hubiera ido a semejante aquelarre sabiendo el blanqueamiento que había detrás, para que prevaleciera la figura de buen tenor sobre sus abusos reconocidos. ¿Por qué hay que aplaudir a un hombre que se aprovechó de su inmenso poder y tras haber confesado haber abusado sexualmente de varias mujeres? Lo de siempre. Impunidad. La duda es si le aplaudían por buen cantante o por maltratador. Iñaki Anasagasti © elkarma.eus |
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