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Lo que sucede al dar otra vuelta de tuerca a las cosas es que pueden pasar dos cosas. O bien se acaba apretando tan fuerte que el asunto queda sellado y por siempre inamovible, o bien la rosca termina dándose de sí de modo que ese mismo asunto quede inservible y no haya por donde cogerlo en el futuro. La pericia está en saber hasta dónde se puede forzar. Es difícil adivinar si Denis Villeneuve lo sabía cuando se embarcó en el proyecto de la quincuagésima versión de Dune. Conociendo el culto que despierta el director, es posible que, aún con el tornillo deformado a la vista, la tuerca en la mano del realizador y la llave inglesa humeante en el suelo, haya quien le aplauda su nueva osadía. Otros le acusarán de haber traicionado su infancia por no sacar un cameo de Sting en tanga. El ciclo habitual.
Activistas de FREMEN
La nueva adaptación de la primera novela de la saga de Herbert sucede a la de Lynch de 1984 y a la miniserie de 2000, ya que parece que no se han escrito suficientes libros de ciencia ficción y toca apurar el fondo de armario de las licencias de propiedad intelectual. Otra revisitación de la saga familiar del cartel Atreides, en guerra contra la banda rival de narcotraficantes Harkonen por el control de las rutas de la especia. Parece que las vacaciones al planeta de los gusanos de Bitelchus no saldrá como ponía en el folleto de la agencia. Risas aseguradas. Tal vez no.
LO MEJOR
Los secundarios. Porque cuanto más excesivos mejor. Momoa y Bautista casi neutralizan la intensidad gafapasta del francocanadiense.
LO PEOR
Chalamet, obviamente. El espectador se va a pasar media película preguntándose por qué Josh Brolin tarda tanto en arrancarle la cabeza de cuajo.
Horacio Sandoval © elkarma.eus |
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