Uno de los máximos deberes de la prensa libre es la defensa del desvalido. Del desprotegido. Del inane ante el mundo, hostil y depredador, que le rodea. Los medios de comunicación, como es bien conocido, siempre saben revolverse hasta zafarse de la correa con la que les aferran los poderes establecidos. Es el sagrado deber del cuarto poder. Los periódicos se caracterizan por driblar el marcaje implacable a que les somete la dictadura del anunciante y la entidad financiera que gestiona su solvencia económica. Siempre, como digo, para proteger al ciudadano o colectivo abrumado por el peso de la sociedad. Pero esa salvaguarda del desamparado puede hacerse con humor y desenfado, porque el chascarrillo y la chanza ayudan a tragar esa píldora amarga que es asumir que vivimos en un cosmos que persigue al diferente. Aupado en la autoridad moral que le caracteriza, y que le sirve de bitácora y sextante para navegar en la negra noche de la injusticia, el diario El Correo dedicó el miércoles 8 de diciembre un desplegable para documentar el semblante de José Ignacio Munilla, anterior obispo de San Sebastián, recolocado en la diócesis de Orihuela-Alicante cual vulgar trabajador de La Naval de Sestao. De entre todas las páginas destaca la 34, con un texto central a cinco columnas titulado “Un mandato de difícil comunión”. El ensalzamiento de la diferencia a través del humor. Cómo no querer a la cabecera de Vocento.
Al igual que sucede con los grandes underdogs épicos y trágicos de la Historia, como Mark Zuckerberg, Rocky Balboa o Cañita Brava, el diario se preocupa de recorrer los grandes hitos de Munilla, figura revolucionaria e incomprendida. Hombre piadoso, según El Correo se acercó siempre a los jóvenes, muy preocupado por la degradación moral que habita en sus corazones, podridos de tanta educación liberal, y consciente de que todos acabarán ardiendo en el Infierno por apartarse del recto camino de las clases de religión. Pero, de acuerdo con el perfil destacado por el diario, a ningún joven le faltará nunca un rezo por su alma del padre Munilla mientras las llamas del averno devoran su carne pecadora. La del joven, no la de Munilla. Porque una de las cosas que más valora Vocento, además de la defensa del ciudadano amenazado por las figuras de autoridad, es la fidelidad y la amistad. Como la que demostró el prelado hacia Juan Cruz Mendizábal, uno de sus vicarios de confianza, al que también le gustaba acercarse a los jóvenes. Tal vez demasiado. Acusado de tocamientos a menores, fue apartado del cargo y recluido en una institución religiosa, porque, pensaría Munilla, la cárcel nunca es buen lugar para el crecimiento espiritual.
Poco hincapié hace El Correo, no obstante, en las inquietudes psicopedagógicas, terapéuticas y deontológicas del obispo Munilla, que nada más aterrizar en Alicante ya ha clamado a los cuatro vientos que tiene la receta para “prevenir” la homosexualidad. El obispo asegura que los gays son desviados sexuales incapaces de controlar sus impulsos por culpa de padres y madres demasiado permisivos que han expuesto a sus hijos a la sobreafectividad. Pero es lógico que el periódico tampoco pueda andar contando todos y cada uno de los pormenores de la biografía del prohombre. Que tres páginas de reportaje dan para lo que dan. Como se escribe en un destacado de la página 33, a propósito de la trayectoria de José Ignacio Munilla, “Las cosas más hermosas han sido fuera de las cámaras”. Y es que de los homófobos, machistas y fundamentalistas que opinan que “el progresismo es un virus” sólo se cuenta lo malo.
Héctor Sánchez © elkarma.eus
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