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Era verano. Me costaba caminar no sólo porque me estuviera ahogando con los vaqueros, también porque cada vez que llego a una ciudad nueva sola, se repite una sensación extraña en mi estómago. Acababa de llegar a la estación de autobús de Odesa desde Moldavia. Tenía que coger un avión hasta Kyiv. Aún faltaban horas por delante antes de ir al aeropuerto.
Cuando me bajé de la marshrutka, no sabía dónde estaba porque hace cinco años los mapas del móvil no funcionaban sin internet. Pregunté a una mujer cómo se iba hacia el centro. Me dijo que estaba muy lejos y me invitó a su casa a comer sin conocerme de nada. Sardinas del Mar Negro con limón. Me acuerdo de su cocina que daba a un patio lleno de plantas. También de cómo me enseñó a exprimir todo el jugo del limón con un tenedor. Con el tiempo he reflexionado que siempre he tenido mucha suerte en los viajes. Por la tarde caminamos por el paseo marítimo de la ciudad. Tomamos un helado. Después visitamos a una amiga suya que trabajaba en una joyería en la Antigua Galería Comercial. Acabo de escribir Odesa en Google. Hace cuatro horas los barcos rusos han empezado a bombardear con misiles la costa.
Aurora Díaz Obregón © elkarma.eus
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