Los cánones de comportamiento en la sociedad occidental han avanzado hacia la represión de los impulsos animales, hacia el derrocamiento de la dictadura de la amígdala y el paleocórtex. La cortesía y los buenos modales, sin embargo, pueden llevar al individuo a contener y no filtrar su agresividad. “Puede ser traumático para la persona no ser capaz de dar rienda suelta a la violencia contenida en un momento determinado”, explica el psicólogo Mika Bezazo. “No hablo de emprenderla a patadas con el empleado de una gasolinera porque nos ha dado mal el cambio, pero ahí están los ingleses, que te clavan el paraguas en la ingle para colarse en el autobús mientras de dicen “esquius mi”. Qué cultura tan avanzada…”, puntualiza. Bezazo es partidario de concienciar a la población de los peligros de un excesivo autocontrol mal entendido.
Un codazo a tiempo
La represión de los accesos de ira pueden conducir a cuadros de estrés, infartos, sarpullidos y, lo que es peor, eventuales episodios de enajenación transitoria y rabia desbordada, ya incontenible, que suelen acabar en lesiones (a otros) y destrucción de la propiedad.
Terelu Xación, del Instituto Chuck Norris para el Estudio de Personalidades Apocadas propone “la práctica de terapias de choque, como golpear a representaciones de figuras potencialmente enervantes, como jefes, familiares, presentadores de televisión o amigos gorrones”. La terapia parece adecuada en principio, según Xación, pero no son pocos los pacientes que le quitan la espuma protectora a las barras de hierro y la emprenden contra los doctores y celadores del centro.
Dra. Luisa Bergara © elkarma.eus |