julio 4, 2022

Debajo de la Palmera: Sinsorgo no es cualquiera

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Estuve el otro día viendo una de esas manifestaciones ricas en siglas contra el imperialismo yanqui frente al Arriaga. Varios colectivos se unieron para hacer una convocatoria contra la Cumbre de Los Ángeles. Y me pareció que los organizadores eran muy vivos pero los cuatro gatos que aplaudían enfervorecidamente eran un poco crédulos. Dados los tiempos, se necesita vocación y entrenamiento. Sea cual sea el empaque. Una señora, comentó: ”Son unos sinsorgos. La pena es que Biden no se enteró de la concentración del Arriaga.

Porque hay varias clases de sinsorgos bien intencionados: los invisibles y los que encandilan. Los inodoros y los que apestan. Los insípidos y los que empalagan. Hay sinsorgos con toga y sinsorgos con botas. Hay sinsorgos de reciente cosecha y los hay añejados. Hay sinsorgos por conveniencia y hay sinsorgos por convicción. Todo sinsorgo profesional, sin embargo, tiene su equipamiento básico: una serie de rasgos peculiares que lo definen y lo separan del resto de la especie.

El sinsorgo típico, por ejemplo, no distingue colores ni matices. Ve el mundo en blanco y negro. Y los hay supersocialistas y supercapitalistas. Alimentan su discurso con dicotomías. Pobres y ricos. Patriotas y lacayos del imperio. Buenos y malos. Capitalismo y socialismo. Trump y Biden. Gusanos y escuálidos. Putin y Xi Jinping.

El sinsorgo practica el autoengaño. Cree que maneja a los demás… y no se da cuenta de que los demás lo usan.

O algún analfabeto presidente, embutido en un poncho, u otro en el Kremlin le organiza un acto de adulación para vaciarle la bolsa mientras habla. El sinsorgo no sabe lo que dice. Usa la lengua pero no el cerebro. Le rinde culto a la consigna. Llama a formar “uno, dos, tres Mariupol sin recordar el sufrimiento que una sola Gernika le causó a unos pobres aldeanos en día de mercado. O grita a todo el mundo “Patria, socialismo o muerte”, “Capitalismo, burguesía, o vida” como opciones alternativas de futuro.

Como una amenaza enarbolada a los cuatro vientos, que deja sin espacio a quienes creen en la humanidad, la libertad y la vida. Como Fito en San Mamés.

El sinsorgo no sabe sacar cuentas. Se mira en el espejo y grita “¡Somos dos!”. El sinsorgo, en efecto, asocia a su país con tres países pobres y pequeños… y cree que el imperio está temblando. O se cree una superpotencia tipo Vaticano, Eslovenia o Andorra. El sinsorgo no sabe que los demás lo ven. Persigue al hombre de su vida (si no existiera Trump lo inventaría) por toda América Latina, y luego dice que aquél lo anda buscando a él. Monta un show de bostezos y de insultos en un pequeño estadio de un barrio bonaerense, de un acto en la Plaza Nueva, y luego va a dormir en el Sheraton Hotel o en el Carlton. Prédica y conducta por distintos rumbos.

El sinsorgo no tiene identidad política. En Donosti se proclamó hijo de Castro y de Setién. En Argentina se proclamó hijo de Bolívar, de San Martín, de Tupac Amaru, del Ché Guevara y de Perón. Y tras las manifestaciones pinta de Z todo lo que encuentra.

Cuando visita Cuba es hijo de Martí. En Nicaragua es hijo de Sandino pero no de Ortega y de su mujer. En Perú, del líder del sombrero. En la China, de Mao. Esa mezcla de padres tan disímiles tal vez sea responsable del desorden ideológico que el pobre sinsorgo carga entre verruga y ceja. El sinsorgo prefiere lo parejo. Le tiene miedo a la diversidad.

Por eso quiere un partido único donde todos complazcan sus caprichos. Y un pensamiento único que evite la picazón de la disidencia. Y un líder único y eterno, cuyo dedo decida el rumbo el país. Le encanta Corea del Norte.

El sinsorgo local no asume responsabilidades. La culpa es siempre de otro. Del neoliberalismo. Del imperialismo. De la oligarquía. De los medios de comunicación. De los Consejeros, del gobierno, de los ministros, incluso. Es un experto en el arte de lavarse las manos. El sinsorgo se cree grande porque hay otros idiotas que lo aplauden.

El sinsorgo se cree tigre de acero. No le gusta el de Lucarini en Deusto. El idiota no sabe que el acero también se derrite. Y lo peor es que estamos rodeados de sinsorgos. De un lado y del otro.

Iñaki Anasagasti © elkarma.eus

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