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Al aplicar cola adhesiva sobre una superficie, los eslabones de los polímeros o bien los propios polímeros, al formar parte de un líquido viscoso, se entrelazan unos con otros en una gran orgía salvaje molecular, sin preguntarse el nombre ni pedirse los teléfonos.
Se introducen en los poros de los materiales con los que entran en contacto (hasta los años 90 el contacto se establecía ingresando en cadenas de amigos por carta o penfriends, pero más tarde el sistema se volvería más inmediato a través de Tinder o de WhatsApp) e incluso se unen en distintos puntos a esos materiales debido a enlaces de hidrógeno, fuerzas de Van Der Waals o enlaces químicos.
El resultado es la formación de muchos puntos de anclaje, químicos (si las drogas hacen acto de presencia para animar el cotarro) o físicos (si existe atracción sexual entre las moléculas y estos acaban entrelazando piernas, brazos, codos y rabadillas en plan contorsionista).
La segunda parte del proceso se inicia cuando se desencadena la “solidificación”, y los polímeros se quedan donde están, sin posibilidad de moverse con tanta libertad como antes, consecuencia de la modorra postcoital.
Se crean “nudos” que los amarran, creando una masa consistente. Tras “secarse” todos esos puntos de anclaje, de tamaño molecular, son ahora permanentes. Todo por pura pereza.
En este proceso influye la porosidad de la materia que se desea pegar, y la humedad en el ambiente. Que ya se sabe que los polímeros van muy salidos.
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