Cómo se hace: ¿Cómo funciona una olla?
La historia de la olla a presión es la historia de la lucha del ser humano por tener que esperar menos a que los garbanzos y el pollo estén correctamente cocidos para poder empezar a comer antes de que terminase el telediario y, sobre todo, antes de que la gusa hiciera que los especimenes más impacientes del homo sapiens esquilmaran la despensa de las cosas de picar antes de que terminase el invierno. Algo fatal para una sociedad nómada que ni pastoreaba, ni cultivaba la tierra, ni salía aún de potes al mediodía. El primer caso que se conoce de olla a presión data del año 1679. El físico anglo-francés, Denis Papin, se encontraba diseñando un robot gigante accionado por vapor para subyugar a las naciones europeas, que aún estaban rebotadas entre sí después de la Guerra de los Siete Años. Aunque el robot fue un fracaso y apenas fue capaz de arrasar un par de aldeas campesinas, la experiencia le sirvió a Papin para constatar que si cocía los alimentos en un recipiente metálico herméticamente sellado y utilizaba presión de vapor para incrementar el punto de ebullición del agua, estos se cocinaban mucho más rápido. Así, aunque el científico no pudo ver cumplido su sueño de entrar triunfante en Berlín a lomos de un humanoide mecánico de 30 metros de altura, sí entró en el salón de la fama de la optimización de recursos en el campo de la hostelería. El éxito de la olla primitiva fue discreto, probablemente porque las clases medias y bajas tampoco comían tanto en esa época, y no llegó a ser masivo hasta la llegada de la olla Express del zaragozano José Alix Martínez, en 1919, la Flex-Seal Speed Cooker del alemán Alfred Vischler, en 1938, o la cocotte minute de M. Devedjian, en 1948. La proliferación de los electrodomésticos caseros durante los años 50 y sobre todo 60 provocó que las ollas alcanzaran su apogeo también en esa época, alcanzando un grado de sofisticación sin precedentes, especialmente en la válvula de presión, que empezó a estar disponibles en diferentes tamaños y colores, y que tocaba sinfonías de Saint-Saëns cuando liberaba vapor. Por lo demás, el mecanismo era el mismo de siempre. La incidencia de la olla en la cultura popular ha sido grande. Muchas fábricas de ollas fueron deslocalizadas y llevadas a países del sudeste asiático durante los años 80 y 90. De ahí viene la expresión, oída a trabajadores europeos, despedidos y sumidos en la depresión, “se me ha ido la olla a Camboya”. © elkarma.eus |
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