septiembre 20, 2023

Cómo se hace: ¿Cómo se fabrica el cemento?

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Decir que con cuidado y con una hormigonera sería pecar de simplismo ya que, como todo el mundo sabe, el cemento lo inventaron los antiguos griegos y en aquella época aún no se había inventado el cuidado (al no haberse inventado aún las inspecciones de trabajo ni las normativas ISO). El origen de este conglomerante parte de la casualidad, como el descubrimiento de la penicilina, de los rayos X o la Ley de la Gravitación Universal de Newton (que daba la casualidad que ya se le había ocurrido antes a Robert Hooke). Las tobas volcánicas extraídas de la isla de Santorini eran perfectas para que los albañiles construyeran adosados mientras los filósofos se dedicaban a hablar de cavernas, repúblicas y apeirones.

Más tarde los romanos copiarían la idea, esta vez utilizando cenizas volcánicas de cerca del Vesubio. El Vesubio, que nunca vio un permiso de obra, decidiría tomarse la justicia por su mano un 24 de agosto del año 79, dejando a los lugareños sin casa (ni ciudad de Pompeya) y con más cara de tonto que la de Bertín Osborne cuando le derribaron el chalet de Sevilla.

En 1824, Joseph Aspdin y James Parker patentaron el cemento Pórtland, pero el cemento moderno no llega hasta 1845, cuando Isaac Jonson mezcla caliza y arcilla calcinada a alta temperatura con la intención de encontrar un sucedáneo al turrón de Alicante, sin conseguirlo. Ya en el siglo XX los avances en la química logran que científicos como Vicat, Le Chatelier y Michaélis consigan cementos de calidad homogénea, pero aún no comestibles.

El proceso moderno de fabricación del cemento es largo y tedioso. Primero hay que extraer la materia prima (caliza, arcilla, arena, mineral de hierro y yeso) de las minas o canteras, con lo que eso cansa. Después se machaca en molinos de crudo y se homogeneiza, con agua o en seco, sin hielo y con un chorrito de shell. La mezcla se introduce en hornos a 1.500 grados (precalentados de antes, porque si no la pizza tarda más en hacerse y queda blanda por el centro) o bien se distribuye a diferentes pollerías para proceder a lo mismo pero en plan coworking. El resultante, denominado clínker, se muele con yeso y se empaqueta en sacos, con le esperanza que nadie lo confunda con café instantáneo y se le amargue el desayuno.

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