Debajo de la Palmera: Música de calesita
Una de las cosas que lamento es que el Departamento de Cultura del Gobierno Vasco y de todas las instituciones no hagan un pequeño esfuerzo, el del chocolate del loro, para reeditar todas aquellas publicaciones, libros, ensayos y artículos que escritores vascos tuvieron, tras escribirlos y precariamente publicarlos, que echar al mar en los cuarenta años que duró el exilio al ir ellos quedando en el camino. No conocemos su obra que es muy valiosa. Uno de ellos fue el algorteño José Olivares Larrondo “Tellagorri” que se jactaba por encima de todo de ser algorteño, no de Bilbao. Fue director de Tierra Vasca en tiempos de la República y de Tierra Vasca en el exilio pero editada en Buenos Aires. Era un tipo silencioso, irónico, metódico, humorista y escribía muy bien. A mí me encanta. Decía que si alguna vez Euskadi fuera independiente y hubiera que enviar un embajador al Vaticano éste debía ser gipuzkoano porque el posible bizkaino llegaría a la sala de audiencias, le daría un golpetazo en el hombro a Su Santidad y le diría “¿Qué tal estás Padre Santo?” para pasmo de los cardenales y obispos allí presentes. Y sin embargo el gipuzkoano, suavemente, le diría silabeando “Zer moduz Aita Shantua?” y reverencialmente le besaría el anillo episcopal. Tengo ante mí una carta que le envió al pintor Flores Kaperotxipi, exilado como él en la capital bonaerense. Le decía así: “Amigo Kapero. Muchas gracias por su amable carta de anteayer, pero estoy seguro que 1957, como los anteriores, no me traerá salud ni pesetas, al contrario, me quitará otro poco de salud, y pesetas no porque eso es imposible. Nunca he pronunciado una conferencia ni pienso hacerlo porque nada nuevo tengo que decir a las gentes. ¡Ah, si todos hicieran lo mismo! Pero hay no pocos que se suben a una tribuna con traje nuevo, bien afeitados y dicen unas vulgaridades terribles. Y mal dichas, además. Por otra parte, les tengo un poco de manía a los conferenciantes, porque todos beben agua. ¡Con lo que a muchos gusta el vino, o el whisky! Le felicito por sus trabajos para Caracas, le deseo que se repitan los encargos. Aquella es buena moneda. Muchas felicidades y un abrazo.” Otro de su generación, Manu Egileor, no se andaba con chiquitas. Una vez recibió una carta desagradable de protesta por algo y la contestó en un pis pas escribiéndole: “Señor X. Estoy en el cuarto más pequeño de mi casa. Tengo delante su carta que dentro de poco tendré detrás”. Nada más claro en menos palabras. Finalmente, decir lo duro que fue para aquella generación el exilio. Tellagorri en su Música de Calesita se despedía así: “Quiero llegar a la vejez, y que también llegue a vieja mi esposa, para vivir los dos modesta y silenciosamente en una casita silenciosa y modesta, sin dinero y sin pobreza y que mis hijos me den unos nietos, para llevarlos al tío vivo las tardes de domingo, no tanto por divertirlos como para recrearme en su alegría, para volver a la niñez, a los únicos años limpios y triunfales de la vida. Y luego, cuando ya los nietos empiecen a mancharse también, morir apaciblemente una tarde de domingo, oyendo una música de calesita”. Nada más triste y entrañable. Deberían ser conocidos. Iñaki Anasagasti © elkarma.eus |
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