junio 10, 2024

Psico: Angustia abúlica endógena

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La angustia abúlica endógena es un trastorno de la personalidad de carácter moderado, en lo que se refiere al sujeto que padece el trastorno, pero que puede llegar a ser grave, en la parte que concierne a las personas del entorno cercano que tienen que convivir con el sujeto que padece el trastorno. Este tipo de angustia es una condición que no está circunscrita a un grupo demográfico concreto y puede afectar de manera permanente o estacional, siendo la primera circunstancia la más común. El individuo con angustia abúlica endógena cronificada se encuentra agobiado, intranquilo, irascible, triste y con ansiedad, todo a la vez, debido a que, precisamente, no tiene problemas de verdad en su vida y, por lo tanto, todo le preocupa por igual.


“El angustiado abúlico no sufre ningún tipo de depresión, vaya eso por delante. Es gente capaz de llevar una vida normal, que no tiene trastornos alimenticios, no le rondan pensamientos suicidas ni autodestructivos, y puede llevar una vida social perfectamente estándar. Y es ahí donde reside el problema. Su circulo de amistades o familiar se siente obligado a soportar todas y cada una de las quejas, reproches, suspiros y episodios de desgana, sin que ninguna palabra de consuelo ni ningún insulto hagan mella en el paciente”, explica Juanma Ronazo, psicólogo especializado en terapias de superación personal, dirigidas generalmente a allegados de personas con angustia.

No creen que les pueda ir peor

El angustiado abúlico tiende a creer que el universo conspira contra él “por lo que consideramos que es una dolencia del espectro neurótico narcisista aunque no se ve aquejado por problemas graves, ni de salud, ni económicos, ni emocionales. “Son propensos a ataques de llanto seguidos de episodios de logorrea con tendencia al improperio porque, por ejemplo, la wifi va especialmente lenta ese día. Si gestionaran esos accesos de ira y melancolía en la intimidad la cosa no pasaría a mayores. El asunto es que llaman a gente que conocen para contarle el problema. Y luego lo sacan a colación varias semanas después durante reuniones sociales. Dicen cosas como «¿Por qué me tiene que pasar esto a mí?» sin que les coarte el hecho de que a su interlocutor le hayan diagnosticado un linfoma o esté atravesando un divorcio”, continúa Ronazo con la mirada perdida en el vacío.

Aunque existe medicación para este tipo de trastorno, los sujetos con este trastorno no se la suelen tomar porque dicen que cada vez hacen las pastillas más gordas y cualquier día se les atraganta una y se mueren de asfixia, momento que aprovechan para recordar aquella nochevieja que casi se ahogan con un altramuz. Algunos terapeutas apoyan dejar al paciente desnudo en un campo de refugiados en la frontera entre Ucrania y Polonia, o inocularle el virus del ébola para que aprenda a relativizar los episodios de angustia.

Dra. Luisa Bergara © elkarma.eus

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